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, p j 182 ca de mi vida pública, que queda esenta eo. mo la primera de la censura de V. Pasemos pues á la tercera, y examinemos el cargo que me hace V. por haberme quedado en Zaragoza des. pues de su capitulacion , y por haber elogiado en un Sermon el poder de un Soberano ilustre y la clemencia de un General suyo. ¿No es este en substancia todo el gran delito ? Y ahi es nada, dirá V. ¿ Pues qué no es un crímen tamaño, una horrible apostasía , un sacrilegio espantoso en un Misionero apostólico, en un Obispo español, el no haber seguido la con- ducta de la mayor parte de los Prelados de Es. paña , huyendo el contagio de los enemigos de la Religion de J. C., y haberse quedado entre ellos para alhagarlos, para aprobar sus injusti- cias , para alucinar al pueblo , predicando paz y buena armonía con el tirano y los opresores? ¡ Qué escándalo! ¡Qué iniquidad ! Témplese V., mi amado P. Definidor., y si cuando cogió la pluma para escribirme no ha- bia tomado chocolate , tómelo ahora, porque dicen que esta agradable pocion americana tie- ne la virtud de tranquilizar los ánimos altera- dos. Tómelo V, con sosiego , miéntras yo saco la caja y tomo un polvo de tabaco español, preparándome á responder al cargo de esta ter» cera y última época de mi vida, una vez que en cuanto á las dos precedentes ya me ha absuel:

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