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IIISIOIW\ 1)1 1 OS ( t!N\11f,f l!I 1 1111 l lltm\ 1)1 1 i\ Pl(()VIN( li\ 1)1•1 Si\Cll{i\ 110 ( llltM'.IIN lll 11 SI " 111 < /\\1 111/\ 817 1111 se co nserva la iglesia y e l convl! nlo de To ro, ta l y como ruc ron 1 ,_ , 1111 11do, pm los capuchi nos. Su huc rta, con bue nas dime nsiones (como las 11, 1 l Jlurdo,Toledo, Villarrubia de los Ojos y ViJla nueva del Ca rdete) , sigue 1hr v1t• ndo pasa r e l tiempo; continúa con los abunda ntes á rboles que s ic m– Jil , 1uvo (como las hue rtas de Salamanca,To ledo y E l Pardo). 1 11 ciudad de Toro e ra una de las señaladas por Feli pe [JJ pa ra que los , ,1p11d1i11os pudie ra n fundar. Los descalzos franciscanos, era de suponer, que 1111 110 intc ríirie ra n en e l establecimiento. I • 1 1~ Jc rónimo de SaJamanca, religioso prudente, fue e l encargado de ha– ', 1 los tní mites. li11sc6 e n Madrid cartas de recomendación que obtuvo; por ejemplo, la 1li l 1 )u que de Le rma para e l Corregidor de Toro. C 'on las cartas se presentó al Obis po de Zamora, D. Juan de Zapata y O so- 1111 que lo recibió muy bien y Je dio de inmedia to la licencia para fundar. <:ompaiiado del guardián de Salamanca, P Fé lix de Granada, el P. Je- 11111 11110 llegó a Toro e l 16 de septiembre de 1619. Al día siguie nte, las auto– , i<l11dcs de la ciudad de Toro les dieron posesión de la ermita de Nuestra Se- 11111 u tic la Vega, llamada también C risto de las Batallas, que a ún hoy se u 111scrva íue ra de las murallas, a las orillas del Duero. /\que lla morada fue provisional. Los CabaJleros de san Juan quisieron p1111c1les ple ito por considerar que la ermita era de su propiedad. Pero, como 11dc111,b e l sitio era insano, se dejó de buena gana. E n poco tiempo murie- 11111 cua tro de los dieciséis re ligiosos que moraban allí. Viendo estas dificultades, el Justicia y e l Ayuntamiento de Toro les ofre– ' ll'I 0 11 la ermita de San Roque, también extramuros de la ciudad. De este lu– ~•¡11 loma ron posesión e l 4 de octubre de 1619. l ,os franciscanos observantes de la Provincia de Santiago trataron de im– pctlir la fu ndación, asegurando que no tenían licencia del Consejo ni del R ey. \ 111 e mbar go, las a utoridades de Toro defendieron a los capuchinos, escri– h1c 11do también al Obispo de Zamora, elogiando las buenas costumbres de L'slos re lig iosos. Lo mismo escri bieron al Consej o. Después de estos infor- 111cs. a los observantes se les qui tó la razón y se les intimidó para que no vol– vic rnn a mo lestar a los capuchinos. /\ pesar de l entusiasmo que recibieron de la ciudad, la fabricación de l rn11 vento ta rdó mucho. E n 1634 aún están aprobando en una Definición un piuno de lo q ue debiera ser el convento. No se sabe cuándo pusieron la pri– me ra piedra. Para empezar la obra hubo que pedir muchas limosnas e n toda la Pro– vincia. Pe ro, gracias a la generosidad de un mercader de sedas, gran bie n– hec ho r de los capuchinos, D. Juan de Espinosa, q ue do nó diecinue ve m il 1c oles e n 1638 y 1639, y más ta rde costeó e l cuadro de l alta r mayor, da ndo de nuevo o tros o nce mi l rea les. Po r íi n se te rminó la construcción de la ig lc– , in del conve nto.

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