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o del corazon humano pudieran intreducirse. Pero despues quela impiedad rompió los diques que la contenian , y que asaltando el alcazar del Señor pretendió hacerse maestra y juez de los mis. mos que han recibido de Dios la facultad de enseñar y juzgar á todos los hombres: despues que entronizado el crímen mas atroz de la rebelion: que usurpada la soberanía de los Príncipes por hombres nacidos para ser oprobio de la especie humana: que confundida la naturaleza de las cosas, al vicio llamaban virtud, á la virtud crímen ; y que bajo el vano y especioso pretexto de reformarlo todo, por el derecho mal entendido de proteccion que usurparon , hemos visto azéfalas las corporaciones religiosas, dis. persas las piedras del Santuario, profanados los templos, los re- baños sin pastor, y la anarquía, el cisma , la confusion y el des- órden en el lugar santo: ¿quién se creerá capaz de reunir los dispersos de Israél, purificar la casa de Dios de las profanacio- nes que afearon su hermosura , restituirla al estado de explendor y belleza en que la hemos admirado, y arrancar del campo mís- tico de la Iglesia las malas yerbas que el hombre enemigo sem- bró y cultivó aun en las porciones mas escogidas de esta here» dad santa? Os confesamos PP. y Hermanos venerables, que nos intimida, acobarda y estremece esta consideracion. Solo el cono- cimiento cierto que tenemos de que jamás escoge Diosá los hom= bres para algun ministerio ( aunque dificil), sin prevenirlos con todos los auxilios de gracias que necesitan para desempeñarle con la dignidad que se merece, nos alienta y consuela en tan tris. tes como dolorosas circunstancias. Es verdad que en cumpli: miento de la Divina promesa de que jamás las puertas del abismo prevalecerán contra la Iglesia fundada por Jesucristo, piedra an- gular de este Divino edificio, hemos visto estrellarse en ella co- mo en roca inexpugnable los monstruos del error y la menti- ra; y que, restablecido el Trono en sus legítimos derechos, han comenzado los hijos de la: luz á disfrutar bajo la sombra de su poderosa proteccion las delicias de la santa libertad, que con el precio infinito de su preciosísima Sangre les compró Jesucristo. Mas ¿quién arrancará las raices de los vicios introducidos en tiem: po del desórden? ¿Quién hará olvidar las máximas del error adoptadas por principios de sana doctrina en los dias de la licen- cia y desenfreno? ¿Quién restituirá la razon y el juicio á los que lo perdieron todo por seguir á los maestros de la vanidad y de la
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