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| DE LA MUERTE DEL'JUSTO Y DEL PECADOR. 255 para conmigo mismo , me llena de consuelo , y me | conduce 4 bendecir las grandes misericordias del Señor | gue me apartó de los pecados , me separó de las ma- Jas ocasiones , me libró de los peligros , y me predesti- nó desde la eternidad haciéndome conforme á la imá- gen desu unigénito hijo Jesucristo. ¡Qué paz esta tan estimable! ¡Qué sosiego tan dulce! ¡Qué estado tan pe envidiable! ¡Con quánta razon decia San Pablo : Hee est gloria nostra , testimonium conscientiez nostre! Vamos un poco prácticos si quereis llegar hasta la : evidencia de esta verdad. Reflexionad sobre el feliz es- tado de una casta y pura doncella en la hora de la muer- 16, y Vereis como su memoria la representa aquella vida sencilla, uniforme é inocente que observaba en Ja casa de sus padres. Aquel cuidadoso retiro de los | bayles , de los teatros, de las romerías, de los juegos, de las amistades , de las galas y de la ociosidad , en que otras muchas halláron el escollo de su pureza , la rui- ma de su inocencia , y la muerte de su alma. Peram- -—bulabam in innocentia mea in domo patris mei , podrán decir con David. Nosotras , obedeciendo 4 nuestros par ¿res , no separandonos de la vista de nuestras madres, aplicándonos 4 las ocupaciones domésticas , y ofrecien- do 4 Dios por medio de la oracion sencilla , humilde y frecuente , nuestras almas y nuestros cuerpos con to- dos los sentidos y potencias, pasamos una vida ino- cente , una juventud virtuosa : agenciamos grandes mé= ritos en pocos años , y ahora colocadas á la puerta de

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