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e h + 10 44 4 pe 15m qe 77 — (40) suyo, con quien por su virtud tenía especial satisfaccion y tra. to mas interior. Luego que dieron vista al pueblo, se paró de improviso nuestro Venerable , y todo como sorprendido de al- gun inopinado suceso dijo : ¡ Ay hermano, qué humo despide Benaocaz tan hediondo! ¡Ay que humo tan fatal! ¡Qué cule- bron está en él tan horroroso! ¡Jesus, qué humo tan pestilencial arroja de sí! ¡Quién creyera que mi tierra á quien tanto amo, y por quien tanto trabajo, habia de verse como está? ; Jesus, her- mano, Jesus! Siguieron su camino, y en aquella temporada se aplicó con fervor estraordinario á remediar con su predica- cion algunos daños , y culpas en el pueblo. Caso tan singular no permite se pase sin alguna breve re= flexion, Decidme fieles , ¿qué humo tan hediondo sería este, que arrojaba de su centro Benaocaz? ¿Qué culebron aquel que lo dominaba y poseia? ¿Pero qué humo, qué hedor habia de ser? Qué otra cosa podia manifestar , sino que estaban vuestras al- mas muertas por la culpa , y que como aquellos cadáveres del abismo, que despiden de sí un fetor intolerable, en testimonio de su corrupcion eterna (71), asi entonces vuestros espíritus muertos á la gracia por la culpa, exalaban el mal olor de vues- tros 1 icios. Y ya se vé, en tanta corrupcion y podredumbre, ¿qué podia engendrarse sino sabandijas infernales ? ¿Quién se- ria aquel culebron que tanto con su aliento inficionaba vues- tras almas? ¿Pero quién habia de ser, sino aquella serpiente antigua , dragon astuto, por otro nombre diablo , como espre- sa S. Juan en su apocalipsi? (72), Este sin duda era el culebron disforme, que vió en su pátria nuestro Venerable difunto. Que no, no es la vez primera que en forma semejante se-ha d ja- do ver este mortal enemigo , rodeando pueblos y ciudades , en señal de su tirano dominio. Casi lo mismo se refiere en-l1s cró= nicas seráficas, haber acontecido á uno de los.compañeros de mi Seráfico Padre $. Francisco con el mismo santo Padre (73). ¿En esto no tenemos duda, ni yo pregunto eso: solo sí, que supuesto que por algun especial y comun vicio os hallabais las- timosamente dominados de tan infame dueño, sepamos qué pe- cado sería éste, cuya gravedad tanta ruina ocasionaba. Sería acaso el de la sensualidad ó lascivia , de quien como de inme- diato principio procede la hediondez con que de muchos siervos (11) Isai. 34. 3. (72) Apoc. 12, 9. (73) Chron. antig. t. 4. lib. 4. cap. 16.

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