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| 45 servó para el que nos abrió ese Costado dulcísimo. ¡O misterio de la predestina- cion! ¡O arcano inefable! Aunque el gol- pe fué de Longinos, el impulso fué de vuestro amor. ¡Ay Jesus mio! ¿Qué esceso de amor fué el abrirnos ese amoroso pe- cho con tanta franqueza y liberalidad? ¿No estábamos ya redimidos, Amado de mi alma? Asi es, pero no tan obligados; estábamos admitidos á vuestra gloria, pero no á vuestro Corazon; esta fué la última prueba que quisísteis darnos de la ternura de vuestro amor, dándonos la última san- gre que os quedaba. ¡Ay y cómo, Bien mio, recreareis á las almas que os aman y sirven en ese divino pecho! ¡Cómo les dareis á beber en esa fuente de vida el preciosísimo bálsamo de vuestra sangre! ¡Cómo las llenareis de fortaleza, y las em- briagareis con ese licor dulcísimo, y las hareis dormir el dulce sueño de la con- templacion en ese florido lecho, mandan- do á sus sentidos y potencias que no des- pierten ni hagan velar á vuestra amada hasta que ella quiera! ¡Ay, mi Jesus! Quién me diera la pureza de los ángeles para aspirar á tan altísimo bien. Ya veo, Señor, que á todos llamais, á todos convidais con

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