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40 sísimo estado nos dió el Señor las últimas lecciones en las siete palabras que habló. Aquí pide á su Eterno Padre el perdon para los que le crucifican , es decir, para todos los que le ofenden, pues con cada culpa repetimos la crucifixion. Estrena el precio de su sangre en el ladron que ve arrepentido, ofreciéndole la gloria; se des- pide de su santísima Madre, dejando en- comendados á su cuidado á todos los pe- cadores en cabeza de San Juan; dice que tiene sed de padecer, y de que todos se salven; se queja con acerbísimo dolor de que su Padre le ha desamparado, y des- pues dice que ya está consumada nuestra .redencion. ¡Ay dulce vida de mi alma! De- jadme, Señor, que considere, que refle- xione en este desamparo de que os que- jais. Yo veo que esforzais este clamor con una voz tan grande que parece quereis que se oiga en todo el mundo. ¡Qué es esto, mi Jesus! ¿Vos os quejais de tal ma- nera? ¿Adónde está, Señor, vuestro in- victo sufrimiento? Si vuestro Padre os des- ampara, sufridlo, bien mio, como habeis sufrido toda vuestra acerbísima pasion, no me traspaseis mas con esa queja. ¡Ay alma! Quiere el Señor darnos á conocer

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