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31 aman los Serafines, al que es la gloria del mismo cielo, miralo en pie con las ma- nos atadas, con un semblante lleno de mansedumbre y humildad , sus hermosisi- mos ojos fijos en el suelo, y que en efecto se le intima, se le notifica y lee la senten- cia de morir entre dos ladrones, clavado en una cruz. Alma mia, qué cortas son tus facultades para dar el debido peso á este paso. Tu Dios, tu Señor, tu Criador oye sentencia de muerte por tu amor. Este es el estado mas lamentable, y en el que te- nemos compasion á un hombre, aun cuan- do esté cargado de delitos; y tú, alma mia, sabes que tu Dios se vió en este estado por ti, y te quedas insensible, y le vuel- ves á ofender. ¡Con qué pasmo oirian los Angeles leer esta sentencia! ¡Cómo se es- tremecerian los cielos al pronunciarla! ¡Cómo se admirarian de yer este esceso de amor de Dios para con los hombres! Considera cómo luego que se divulgó que ya estaba leida la sentencia, como era tan grande el concurso de gente que habia acudido á ver en qué paraba el preso, se armó grande alboroto, unos preguntando, otros respondiendo, los verdugos previ- niendo los clavos, martillos y demás ins-

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