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24 Pilato; pero con una túnica blanca, que era el distintivo de los hombres sin jui= cio. ¡Ay Dios y Señor mio, y cómo os tratan los hombres! ¿Y cómo os he tra tado yo? Considera, alma, á tu Dios; mí- rale salir del palacio á la espectacion de un pueblo numerosísimo y sin rastro de piedad. ¿Qué juicio formarian de ver á su Magestad con aquel tratamiento? ¿Có- mo dirian unos: en esto ha venido á pa- rar la doctrina de este hombre, que nos parecia justo? Otros dirian: ¿Es este el que predicaba y enseñaba publicamente en el templo? ¿Pues cómo el juez se ha atre- -—vidoá ponerle en este trage? Y asi andaba Ja suma Santidad en opiniones y parece- ves del vulgo ruin, que cada uno Ns y discurria 4 su modo. ¡O Señor! ¿Y de qué parecer soy yo? ¿Qué he juzgado yo hasta aquí de vos y de vuestra ley? ¿La he te- nido por verdadera, haciendo todo lo con- trario? ¿La he tenido por inmaculada y santa, despreciándola á cada paso con mis culpas? ¡Ay Señor! Voslo sabeis, Padre mio; vos lo habeis visto y lo habeis sufrido, Bon - dad inmensa; vos habeis callado y disimula- do tantas culpas, esperando mi enmien- da. ¡Ay mi Jesus, quién pudiera deshacer

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