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58 CONTRA LOS PRETESTOS Llega, en fin, la plenitud de los tiempos, aparece la luz eterna, y disipa las negras sombras que cubren toda la tierra. El deseado de las gentes nace en Belen, como estaba profetizado en aquel li- bro divino: nace de una Vírgen, nace de la familia de Abrabam y David , como todo estaba ya predicho: nace en el tiempo que se habia determinado tantos siglos antes en aquel libro del cielo, y nace con todos los demas caractéres con que estaba anunciado. Su humildad, su mansedumbre , su doctrina , sus milagros, Sus leyes, sus palabras, y todas sus obras, le demuestran hasta la misma evidencia, ser el enviado del cielo, el prometido al mundo, el Hijo del Eterno Padre, el Dios con los hombres, el Verbo hecho carne , el esperado de los siglos, el señalado en los libros santos con la marca indeleble de la divinidad, el Redentor de la humana naturaleza. El Evangelio presenta el plan acabado de esta grande obra trazada en los libros de Moisés; y su sencillez , su veracidad, su sabiduría y su profundidad , ha sido por mas de diez y ocho si- glos la admiracion y espanto de los sábios , y lo será hasta el fin y consumación de los tiempos. El estado actual del universo es una prueba constante , públi- ca , irresistible de la mision divina de Jesus, de los acontecimien— tos de sus primeros discípulos, y de la invencible fuerza de la ver- dad que el mismo Dios humanado vino á enseñar á los hombres. Doce personas pobres, sin autoridad, sin ciencia, sin armas, sin talentos destruyen la gentilidad , dispersan el judaismo y dilatan el pueblo cristiano hasta los últimos fines de la tierra. Ellos hacen creer los misterios y obedecer los preceptos del Evangelio, tan com trarios estos á las pasiones de nuestro corazon, como superiores aquellos á las luces de nuestro entendimiento; y en el siglo mas ilustrado del mundo, sin mas armas que la cruz, que: era escán- dalo. para los judios y locura para los gentiles, triunfan de la fero- cidad de los tiranos, de la prudencia delos políticos, del orgullo delos filósofos y de la superstición de los pueblos. Las virtudes, los milagros de los santos, el valor invencible de millones de már- tires; la conversion de los reinos y de los reyes y emperadores» han acabado de confirmar el sello de la divinidad con que la-reli- gion cristiana apareció marcada en su priocipio. La historia de la Iglesia nos ofrece pruebas tan irresistibles de la misión de Jesu- cristo , de su divinidad y humanidad sacrosanta , como la historia del pueblo hebreo de la existencia de Moisés, de sus prodigios , sus leyes, sus escritos y sus victorias; y por último, el mundo arrodi-
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