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DE LA RELIGION “CATÓLICA. ¡ 49 dar á Israel sus obligaciones, para aterrarle con amenazas y mo- verle con recompensas. La religion se conserva en los tiempos de la gloria de Israel y en los de su aficcion. En Jerusalen, centro de la tierra prometida , y en los bellos «dias de la república ó mo- narquía Hebrea , se conservó como en Babilonia, en Ninive y en Egipto en los de sa trabajoso cautiverio. La religion que profesa mos apareció en todo su esplendor en los dias de Jesucristo. Este amable Redentor por tan largo tiempo prometido, tan ardiente- mente deseado, viene al mundo: las figuras ceden á la realidad: la ley antigua, segun sus mismos oráculos , cede el lugar á la ley evangélica. Prodigios sin número obrados en Judea, y repetidos en todas las naciones, anuncian de nuevo que ella es obra del cie- lo: doce pobres apóstoles , sin armas ni aparato fastuoso, la co- manican con la rapidez del relámpago , y la establecen en el uni- verso. Á los apóstoles suceden los Santos Padres: á estos siguen nuevos discipulos, nuevos ministros , nuevos pontífices, que por una brillante y nunca interrumpida série, nos la presentan á nos- otros. Esta religion, sea que se la mire perseguida ó triunfante, humillada 6 victoriosa, siempre se la vé la misma, siempre una, siempre permanente. Semejante á un peñasco enorme enmedio de las aguas, vé acabar las tempestades que la combatian con la mis- ma estabilidad que en la mas inalterable calma. Semejante al sol, no reparte sobre todos los climas la misma luz, ni el calor mismo; pero en todas se deja percibir lo bastante su calor y su luz, para que puedan conocerla y abrazarla; y en todas se la abrazaria, si se diese á la verdad, como era justo, mas imperio «sobre. nuestros corazones, que ála mentira que nos adula y engaña. Estable y permanente la religion de los apóstoles y profetas participa de la inmutabilidad de Dios. El tiempo, que todo lo des- iruye , en nada la perjudica. La escena del universo ha mudado sus decoraciones innumerables veces. Se-han visto ciudades des- truidas y ocultas bajo las yerbas del campo: imperios trastorna- dos y puestos en olvido: montañas calcinadas y arrancadas de su asiento: fuentes y rios que sehan secado: fértiles campiñas su- merjidas y convertidas en lagos : fondos de mar transformados en áridos desiertos. La religion sola es la que no ha esperimentado alteraciones ni mudanzas. Los misterios que creemos, son los mis. mos que se han anunciado y creido en los pasados siglos. La ley que regula nuestras costumbres, es la misma que en los primeros dias del mundo fué grabada en los corazones de los hombres: la

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