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48 SOBRE LA DIVINIDAD los tiempos, habria habido algunos en que Dios no tuviese culto legítimo en la tierra , ni el hombre medios para honrar á su Dios y llegar ásu fin. Dios en aquel tiempo babria exijido de los hombres un imposible, como sería pedir al hombre un culto sin religion que le prescribiese. Esto seria querer Diosun fin, y no querer los me— dios, lo que evidentemente repugna á la sabiduría y santidad de Dios. Este carácter de divinidad, en la perpetuidad de su dura- cion, brilla en nuestra santa religion católica, y la distingue de todas las demas. Sí, amados cristianos mios, Ja religion que profesamos comenzó con Adan, siguió en Abel, y en los primeros patriarcas antedilu- vianos. Dios mismo le hablaba y confirmaba sus oráculos por los testimonios mas auténticos é indubitables. En los primeros dos mil años hasta el diluvio, ella fué la única religion de todas las fami- lias y pueblos que componian el género humano. Dios, que en las santas Escrituras se queja de la corrupcion de sus corazones, no se lamenta de la prevaricacion de su fé. No podemos dudar que fué la. infidelidad de sus costumbres, y no la infidelidad de su creencia, la que castigó la tierra con el mas formidable de los azotes del cie- lo, que fué el diluvio : Ommis quippe caro corruperal. viam' suam. La religion que profesamos se conservó en Noé y su familia des- pues del diluvio , y se propagó por el mundo en la dispersion dé las gentes, pues todas entonces por una tradicion nunca interrum= pida llevaron consigo la creencia de una revelacion, el conocimien- to de una ley divina, la persuasion de un pecado original , la es- peranza de un Redentor, la obligacion y la costumbre de un sacri- ficio. A esto se reducia entonces toda la religion , y ella: bastaba y hubiera sido suficiente hasta la venida del Mesías, como lo fué para Noé, para Loth, para Job, para Melchisedech y 'otros varios: La religion que profesamos quiso Dios renovarla con solemnidad en tiempo de Moisés sobre el monte Sinaí, dando la ley escrita en dos tablas de piedra que el mismo Moisés bajó del monte , Neno de gloria y majestad. No se hizo esta publicación á algunos particu- lares, sino á todo un pueblo, á una grande nacion compuesta de millones de personas. Todo Israel veia los milagros sensibles, pal- pables, permanentes, que confirmaban la palabra del Señor. Todo Israel estaba encargado por órden de Dios de ser el depositario de esta revelacion, como habia sido él testigo. En todo Israel se per- petuo esta santa religion con los descendientes de Abraham, Isaac y Jacob. Una série ilustre de profetas destina el cielo para recor-
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