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SOBNE EL GENIO. 459 Será esto conforme á la santísima y suavisima ley de Jesucristo ? Dirá conformidad con la caridad cristiana, que todo lo. sufre, todo lo cree, todo lo espera: que no se irrita, no piensa mal de nadie» no busca sus propios intereses, ni se alegra del mal que les sucede á sus prójimos? Válgame Dios, amados mios! que distantes nos hallamos de la observancia pura de la santa é inmaculada ley de Dios! 1. Pues qué hemos de hacer, direis vosotros. sison unos génios tan tercos, tan indómitos y ridículos? Yo lo diré: si el cristianismo no nos obliga á su trato, por ser perjudicial á vuestra salud eterna, tampoco quiero yo que le tengais, con unas gentes espuestas á ofender á Dios, y hacer que le ofendan otros. Si fuesen unos hombres bebedores, maldicientes, blasfemos , crueles, fornicarios, murmu- Fadores, soberbios é insolentes , Cum hujusmodi nec cibum sumere, decia el apóstol San Pablo. (1) Pero si estais precisados á tratar con ellos por los vínculos sagrados del matrimonio, por la proximiS dad de la sangre, por la subordinacion de los estados, ó por las obligaciones de vuestro empleo, el cristianismo os obliga á sufrir con paciencia los génios de vuestro prójimo, por mas fogosos, co+ léricos y violentos que ellos sean. Escuchad unos cuantos modelos de esta paciencia. El Salvador del mundo y legislador de la ley de gracia habia congregadoá sus discípulos, y procurado con su ejem- plo y su doctrina perfecionarlos: sin embargo, todos ellos mante- nian la indocilidad de su génio con el mayor teson. Unos , vivos, arrebatados y violentos, querian hacer descender fuego del cielo sobre la ciudad y habitadores de Samaria. Otros, vanos y ambicio- sos, pretendian las primeras sillas en su reino. Estos, avaros é' in: teresados, sentian con indignacion del sacrificio de unguientos olo- rosos , que la fervorosa Magdalena ofrecia á los piés del Salvador. Aquellos toscos y groseros en su conducta, en sus juicios , en sus palabras y sus acciones; y nuestro amable Redentor, rodeado de una gente de esta clase, ni seaíra, ni se irrita, ni se desazona, Antes bien el Señor oculta sus defectos, tolera sus groserlas, disi- mula su debilidad, y sufre con paciencia todo el peso de sus conver saciones, que no podian producirle mas que disgusto. Qué espec- táculo tan admirable á los cielos y la tierra, ver al mismo Dios eterno instruyéndonos como á sus discípulos, defendiéndonos como á sus hijos, comunicándoles sus admirables designios como á: sus (1) —Epist. E. D. Paul ad Corinth. c. V, y. IL

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