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370 SOBRE LA SOLEDAD cerrando la mas lúgubre procesion que vieron jamás los siglos, la aflijidísima Madre , vertiendo arroyos de lágrimas d2 sus ojos, y arrancando del corazon los mas profundas suspiros. Los ángeles del cielo no dejarian de acompañar el triste entierro, mostrando la interior amargura de su espíritu, á pesar de su misma impasi- bilidad. (4) Todos caminarian con paso grave , con porte recojido, con semblante triste y con el mayor silencio, interrumpido sola- mente con los lamentos de aquella aflijidisima comitiva. Los pla- netas mirarian desde el cielo con susto y veneracion la escena trá- gica: los árboles y peñascos darian señas de sentimiento, y los ele- mentos callarian, no habiendo aun podido recobrar la voz desde que la perdieron por el horror y escándalo del deicidio. Asi cami- narian hasta el monumento; y si damos á San Bernardo la fé que se merece, estando ya los nobles varones para dejar caer la piedra que cerraba el sepulcro, y robar de los ojos de la Virgen los des- pojos sangrientos de su Hijo, les rogó con muchas lágrimas que descubriesen un poco por la última vez el rostro de Jesus, pues queria darle el último de sus abrazos y maternales ósculos. Con- descendieron á su piadoso deseo, y levantando el sudario ó lienzo que le cubria, se arrojó amorosa sobre aquel rostro, repitiendo el cambio de lágrimas por sangre, lavando el rostro de su Hijo con las avenidas de sus ojos, y señalándose el rostro de la Madre con la sangre de las heridas del Hijo. Qué lágrimas tan devotas derra- marian los piadosos varones , el Evangelista amado, María Mag- dalena y las otras devotas mujeres, mirando á la Virgen Madre abrazada cariñosamente con el dulce Nazareno, acercándole á su corazon, venerándole con el afecto mas puro, honrándole con los suspiros mas tiernos, y sin poder separarse de aquel amable obje- to de sus amores! Señora, no mas, dirian José y Nicodemus; Ma_ dre mia, diria San Juan: Maestra mia, clamaria la Magdalena, basta ya, Señora, tanto llorar. Poned término á vuestras lágrimas: bastante habeis llorado para demostración de vuestro amor y des- ahogo de vuestra pena: haceos violencia, oh dulcísima Madre de nuestro crucificado Redentor, porque no llegueis al término de vuestra vida con la fuerza de tanta pena y dolor. Si la muerte de vuestro Hijo y nuestro santísimo y sapientisimo Maestro, nunca puede llorarse bastantemente, consolaos siquiera con que ninguna . (1) Ecce videntes clamabunt foris, Angeli pacis amaré flebun!. (Isai. e. XXXII, v. 7.)

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