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DE MARÍA SANTISIMA. 361 tas palabras: Propler scelus populi mei percussi:eum. (1) Le casti- gué, le prendi, le azoté y le erucifiqué por el pecado de mi pueblo. Estos y otros divinos oráculos traspasaban el corazon y el alma de nuestra dulcisima Reina con la mas sensible pena; pero la agrada- ble presencia de su Hijo, y el poner los ojos en su bellísimo sem- blante, endulzaba sus penas, mitigaba sus ánsias y minoraba sus tormentos. Todo dolor se templaba cuando la inocente Madre mi- raba á aquella grande alma en su compañía: á aquella alma ser- vida de los ángeles, adorada de los seralines y reverenciada de todos los cortesanos del cielo: á aquella alma, que unida con su cuerpo á la persona del Verbo, era un solo divino supuesto que dignificaba á su Madre con la incomparable gloria de ser madre del mismo Dios. Pero al acercarse á su ocaso aquel divino Sol de justicia quedó el corazon de su Madre cubierto de las mas negras sombras y de las tristezas mas profundas. Al llegarse aquel mo- mento en que la dichosísima alma de Jesus, que era todas las de- licias de María, habia de separarse de su cuerpo y de la presencia de su Madre, dejándola en su primera soledad, sintió de un golpe esta Señora la pérdida de su alegría, de su gozo, de su descanso, de su felicidad y de su gloria: Et egressus est a filia Sion omnis de- cor ejus. (2) Imaginad , oyentes mios, para que podais de algun modo com- prenderlo : suponed una madre la mas tierna y compasiva: una madre hermosa, prudente, sábia, llena de gracia y santidad, que ama con el cariño mas tierno á su Unigénito hijo adornado de las prendas mas relevantes y apreciables: considerad el gusto con que mira á su bijo ocuparse en sanar enfermos, dar vista á los ciegos, piés á los cojos, movimiento á los tullidos, habla á los mudos, y vida á los muertos: pensad el gozo con que le veia mandar á los vien- tos, serenar los borrascosos mares, ahuyentar á los demonios, y encaminar con obras y palabras á los hombres por las sendas de la gloria: reflexionad la alegria con que considera como las gentes, atraidas de la santidad y prodigiosas obras de aquel bello jóven, le siguen, le oyen, le obedecen, le aman y le adoran. Qué com- placencias para su madre! Qué gozos! Qué placeres tan puros! Pero suponed tambien que á su presencia, y en el dia mas solem ne y de mayor concurso, se le acerca una inhumana fiera y ar- (1) Tsai. c. IL, v. 6, c. LIM, y. 2, et in iliis capit. (2) Jerem. Thren. c. I, v. 6.
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