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DEL MANDATO. 321 hallamos en aquellos tiempos de persecución clara y manifiesta contra el cristianismo: no vemos crueles tiranos que con la violen- cia de los tormentos pretendan arrancarnos del alma la santa reli- gion de Jesucristo: ng se nos ponen á la vista ruedas, espadas» cuchillas, parrillas, planchas, braseros, fieras, cárceles y Otros instrumentos horribles que acabaron con la vida del cuerpo de in= numerables y gloriosos mártires, cuyas benditas almas triunfantes con la fé, con la paciencia, con la fortaleza y la caridad , volaron al descanso eterno : no perderemos nosotros la vida de esta suerte, por hallarse la santa religion en pacífica posesion de sus derechos y su culto público sin oposicion alguna en nuestra amada patria; pero ay! Cuántos otros tiranos nos persiguen! El a mor del mundo, enemigo capital del amor de Jesucristo: el amor á los placeres, á los gustos ilícitos de los sentidos , á las diversiones pecaminosas: el amor á las riquezas y á los empleos superiores á nuestros méri- tos y talentos, el deseo de sobresalir en las soberbias galas, en los convites espléndidos y en todas las demas coucurrencias , cuánto mas perjudiciales son que los del principio del cristianismo? Aque-= llos se embravecian contra los cuerpos, estos tiran derechamente á condenarnos las almas: aquellos solo podian privar de los bienes transitorios de la tierra, estos tratan de robarnos los bienes eternos del cielo. Es preciso, amados mios, ir á padecer y morir eon Cris- to: es menester quedar crucificados con Cristo: es preciso que el amor de Dios destierre de nuestro corazon el amor del mundo. De otro modo pereceremos eternamente. Amor amore vincitur , decia San Cesáreo Arelatense. (1) Venzamos con el amor de Dios el amor inmoderado de nosotros mismos y de todas las cosas de la tierra; para que de algun modo sigamos las huellas del amor que nos muestra nuestro Dios en criarnos y redimirnos. Pero esperad un ¡ momento, y vereis otro rasgo de su incomparable amor. Cumo la venida de Jesucristo al mundo babia sido para redimir- nos por medio de su pasion y muerte, verificada ya esta, y ha- biendo resucitado victorioso del pecado, de la muerte y del infier- no; era forzoso volverse al cielo, y sentarse á la diestra de su Eterno Padre, de cuyo seno habia descendido á nosotros. Para esto era preciso dejarnos solos sin su apreciable vista , sinsu amable presencia corporal, y espuestos á todos los combates de nuestros enemigos. Su amor para con nosotros no se lo permitia, ni tampo- (1) Sanct. Coesareus Arelat. Homil X. 21

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