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DE UNA RELIGION REVELADA. zm Dios noes esencialmente la misma bondad? Y qué, esta bondad esencial no se agradará de los homenajes religiosos de sus criatu- ras, de sus respetos, su confianza filial, su afectuoso reconoci- miento y su puro y santo amor? Y este culto, aunque pequeño y limitado en su principio, no es la operacion mas noble del hombre? Pueden la razon del hombre y el corazon del hombre emplearse mas gloriosamente que en conocer la suma verdad , y amar la bondad suma? Por qué un culto tan virtuoso será indigno del Se- ñor? Nada , es verdad, nada añade este culto á las adorables per- fecciones de nuestro Dios. Es en sí mismo infinitamente rico, esen- cialmente feliz, eternamente bienaventurado; pero recibe una gloria accidental, unas delicias esteriores de estar con sus criatu- ras inteligentes, que usan de su razon para conocerle , de su co- razon para amarle, que cumplen las obligaciones que las impuso, y buscan el destino feliz para que las crió. Tal es, amados oyentes mios, la naturaleza y el fundamento del culto que damos al Sér eterno. No es vano, pues, ni ridículo nuestro obsequio , sino justo y razonable. Le exijen imperiosamente la soberanía de Dios y la dependencia del hombre. Dejamos demostrada la primera verdad: pasemos á la segunda, y veremos que de la existencia de Dios, dimana precisamente la idea que nosotros nos formamos del amor que tiene al órden, prin- cipio y fundamento de una ley, que es el segundo constitutivo de una religion. Hermanos mios , pensadlo bien. Un Dios enemigo del órden , é indiferente por el órden, no podria ser mas que un Dios ciego, que no conociese la perfeccion; ó un Dios malvado , que no quisiese lo que es esencialmente bueno; ó un Dios estúpido é indo- lente, que sumergido en una inércia letárgica, sin sabiduría ni providencia, entregase al hombre y aun á todo el universo á las ciegas leyes del acaso; ó seria un Dios absurdo é inconsiguiente, que estuviese en oposicion con su propia naturaleza, que deberia ser el órden esencial y primitivo, y con sus propias obras, cuya existencia y conservacion exijen necesariamente el órden. Ved ahí unas consecuencias tan absurdas como necesarias, tan necesarias como contradictorias , que trastornan lo que establecen y destru- yen la existencia de Dios, que ellas suponen. Porque siendo Dios un Sér infinitamente perfecto, precisamente ha de amar el órden, por ser este virtuoso amor una perfeccion que dimana del órden Increado y eterno, que es el mismo Dios; y es imposible compo= ner este amor del órden con entregar al hombre á los caprichos ú

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