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PLATICA DE LA PENITENCIA. 303 ricordias , y de una clemencia sin términos, no castigará vuestras culpas con las penas eternas , destinadas para los impenitentes y obstinados. Justo es, finalmente, que vuestra soberbia desaparezca á la vista de su humildad, vuestra ira se acabe mirando su manse- dumbre , vuestra envid ia cese considerando su inmensa caridad, y vuestro pecado se destruya en presencia de su misericordia. Aca- bemos, pues, con nuestras culpas, haciendo por ellas frutos dig- nos de penitencia; pero llorando lo pasado, no dejemos de preve- nirnos y de precavernos para lo futuro. Un caminante que ha esperimentado diferentes estravios en su viaje, que ha sido despojado de sus bienes por los ladrones que le salieron al encuentro en los montes por donde andaba perdido, que careció de los socorros útiles, y aun necesarios á la vida, que res- baló y cayó en los barrancos mas profundos por lo peligroso del camino; luego que reconociéndose estraviado vuelve al camino rec- to de que antes se habia apartado, no solo trata de reparar las averias pasadas, sino que se precave para las futuras, informán- dose menudamente de los pasos peligrosos , de las distancias de los pueblos, del rumbo de los caminos que le faltan que andar, bus= cando un conductor que le guie y aprovechándose de la primera buena compañía que hace el mismo viaje; y pertrechado con estos auxilios concluye felizmente su peregrinacion. A este modo pode- mos reflexionar en nuestro caso, si hemos de proceder prudencial- mente. Vosotros y yo vamos caminando á la muerte desde que re- cibimos la vida; pero cuántos estravíos hemos padecido en nuestra adolescencia? Cuántas pérdidas, cuántos deslices, cuántas caidas en los mas profundos barrancos de los vicios en nuestra juventud? Seria, pues, suficiente ahora reparar nuestras desgracias pasadas, sin pertrecharnos ni prevenirnos para el camino peligroso que to- davía nos resta hasta la casa de nuestra eternidad? No, ama- dos mios. Nos es preciso tomar un conductor que nos guie, y este le hallaremos en el santo temor de Dios: en aquel dolor contínuo que martirizaba á David cuando decia. Et dolor meus in conspectu meo semper. Este dolor , este sentimiento de habernos estraviado debe ser perpétuo. Con él huiremos de las nuevas ocasiones de per- dernos que involuntariamente se nos presenten : 'con él nos apar- taremos de los peligros, y procuraremos andar por aquellos cami- nos rectos, que andan los justos, cuya compañía deberemos apro- vechar con resolucion firme de no separarnos de ellos, haciendo lo que ellos hagan, y evitando todo lo que ellos eviten. Nosotros
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