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248 DE LA MUERTE DEL JUSTO alimente y descanse: procuran que nadie le incomode con sus visi” tas, ni le aflija con el aviso de su cercano fin; y como todos apetece- mos naturalmente vivir, y todos esperamos sanar de nuestras enfer- medades, por peligrosas y gravísimas que sean, acordándonos de otros muchos que felizmente salieron de ellas, y desechamos de nuestra memoria otras innumerables personas que perecieron £ pasaron á la eternidad, se minoran los auxilios para el alma en proporcion de tomo se aumentan las indisposiciones en el cuerpo. Al fin, tn: diá; una noche, cuando menos lo esperaban todos, le acofhete un accidente mortal, le asalta un delirio furioso, Óse le aumenta la malignidad de la calentura en toda su fuerza. Alli es atropellarse los fácul tativos, las medicinas y los asistentes: allí el acercarse-cuidadosos al enfermo, y retirarse todos en un melancó- lico y-profundo silencio: allí, en fin, desesperando del recobro de su salud, resolver que se le administren los Sacramentos, y que disponga su: testamento. Pero ay dolor ! Qué arreglo. qué órden podrá-poner en sus haciendas y asuntos, á veces oscuros, embro- llados y pecaminosos, ún triste enfermo , llena de dolores, con una memoria débil, con un entendimiento confuso que con nada acier- ta, y solo desea que no le incomoden con preguntas repetidas Y embarazosas? Cómo áclarará sus cuentas? Cómo desenvolverá los asuntos complicados ? Cómo espondrá las partidas omitidas? Cómo resarcirá los daños ocasionados ? Cómo declarará lo que en justicia corresponde á cada uno? A la mujer, á-los bijos, á los amos, 4 12 olicina,:al rey, á la Iglesia, ó á sus ministros? Cémo, en una pa_ labra, hará debidamente sus testamentos? Ay Dios! Cuántas nuli_ dades contendrá! Cuántos pleitos se seguirán! Cuántos daños sé quedarán sin resarcir! Cuántas dudas sin aclarar! Infelices aque- llos que dilaten el arreglo de sus asuntos y la disposicion de sus bienes para la hora de la muerte! Le harán decir lo que los asis- tentes quisieren; ó escribirán que dijo lo que ellos deseaban qué dijese. Y por término y colmo de su desgracia hará una confesión sacramental tan nula como su testamento, tan mala como su úl- lima disposicion, y recibiendo el adorable sacramento de la Euca- ristía con un corazon corro: pido por el pecado, pondrá el'sello á su eterna reprobacion. Qué desamparado se verá el triste pecador en la hora de la muerte! Nada le servirán sus estados, sus «em- pleos, sus riquezas, sus protectores, ni sus parientes! Separado de todas las cosas dela tierra levantará sus ojos moribundos á las del cielo. Pero ay | Verá á-los santos ángeles que cón voces me-
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