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Y LA DUREZA DEL CORAZON. 237 substraccion de la divina gracia; esto es, que Dios, despues de ha- ber criado el alma con tan infinito poder , despues de haberla res- catado con su preciosa sangre, de haberla buscado con tantas pe- nas, llamado con tantas inspiraciones, y asistido con tantas mise- ricordias , se vé como obligado, por su contumacia, á dejarla, á consentir en su condenacion eterna, á entregarla en los brazos de su mala voluntad , en las manos de su pecado , y á la sujecion del demonio. Este es un espectáculo que siempre debiéramos tener delante de los ojos. Considera, dice el Eclesiástico, las obras de Dios, y que ninguno podrá corregir á quien él despreciare. Mirad bien, católicos, y penetrad esta verdad. Considerad, que si Dios empieza á despreciaros, no os servirán mis discursos, no Os serán útiles los buenos ejemplos , no os aprovecharán los confesores, no recibireis los buenos consejos; antes pagareis con desabrimiento el aviso caritativo, os burlareis y mofareis del predicador, que en nombre de Dios os propone las verdades mas respetables y temi- bles, contentándoos cuando mucho con decir que ha estado bueno; pero no se vé en vuestro corazon mudanza buena, por estar endu- recido. A los que conpungidos y convencidos de las verdades eter- nas que se oyen en los púlpitos, salen con resoluciones de mudar de vida, les dicen que estos son desvarios , ilusiones, esfuerzos de un hombre ingenioso ó fanático, que quiere aturdir al puebloy espantar á los niños : Vissus est eis , quasi ludens loqui : que noes tan bravo el leon como le pintan, ni hay que temer semejante mal. A estas almas endurecidas nada las sienta bien. Que se las predi- que la palabra de Dios con el modo mas eficaz y convincente : que el mismo Señor las hable y toque en lo mas secreto del corazon, nada alcanza para mo verle. Si alguna vez se arrojan á los piés de un confesor , vomitan los escesos mas asquerosos tan á sangre fria y con tanta insensibilidad , que parece relatar una historia indife_ rente, en vano trabaja el confesor mas celoso en trasladar de su pecho al del penitente el fuego del divino amor, porque nada le mueve, nada le ablanda , es un muerto y helado cadáver, que no babrá Eliseo quele haga entrar en calor : son unos huesos áridos, que todos los profetas del mundo no acertarán á cubrir de CArne, y menos á darle vida, está su corazon mucho mas duro que la pie- dra. Qué medio tomaremos pues para convertir una alma tan in- sensible ? Será bastante que brame sobre ella unespantoso trueno? Bastará que un rayo caiga á sus piés ? Alcanzará ver la repentina muerte de sus amigos y parientes ? La podrá mover el ver abier-

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