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Y LA DUREZA DEL CORAZON. 233 Dios mio y bien único de mi alma, y con cuán repetida y prolon- gada esperiencia habla de vuestras misericordias este miserable pe- cador! Sin embargo, el alma desprecia todas estas cosas , se cansa de combatir, la disgustan las inspiraciones , la enfada ver que no dá paso sin remordimiento y sin mucho pesar: quisiera no tener quien la impidiera sus intentos, y abandonándolo todo se entrega al pecado; este atrae fácilmente otro, y ya no mete tanto ruido ni causa tanto miedo: se vá tranquilizando el alma y como familiari- zando con el pecado: poco á poco se desvanecen ó encubren las ideas de Dios y las máximas de la religion: las reglas de buena crianza, de honor y modestia se borran, y la voluntad se desar- regla, el entendimiento se oscurece , los remordimientos se dismi- nuyen, las pasiones se desbocan, se multiplican las culpas , y se forma la costumbre : la gracia, con tantos enemigos y con tantas resistencias, apenas habla ni se siente: Dios vá retirando sus auxi- lios poderosos, y despues de haber caido, no piensa ya el alma en levantarse: y vedla aquí endurecida y abismada en la mayor infe- licidad y miseria. Oh Dios! Ecce qualis ignis quam magnam sylbam icendit ! Una pequeña chispa al parecer, una niñeria, un defecto de que no se hizo caso, qué estragos no ha causado en- el alma por no haber acudido á tiempo, por no haber resistido al principio del vicio y. no haberse apartado de la ocasion de pecar! Dudais de esto, fieles mios? Pues miraos á vosotros mismos. Ved el infeliz estado en que muchos os hallais tan llenos de vicios, tan arrastra- dos de las pasiones, tan hediondos y abominables, y acordaos que casi una nada fué el principio de la espantosa y triste situacion en que os hallais. Conocerá el jurador que un nombrar al demonio cuando niño y un ímpetu desahogado en la voz, le han ido condu- ciendo á no pronunciar palabra que no sea una horrible maldicion, una blasfemia escandalosa ó un juramento inicuo. Advertirá el des- honesto que su perdicion vino de una mirada libre , de una disimu- lada seña, de una palabra equivoca, de una accion alegre, de un baile, de una comedia 6 de un juego. Conocerá el murmurador, cuya lengua ya es una cortante espada, que divide honras, esti_ maciones y famas sin temor, sin conciencia, sin ley: conocerá, digo, que de hablar del génio, de oir con gusto los públicos defec- tos y de no oponerse álos murmuradores, se ha hecho uno de ellos, y de los mas perjudiciales. Entenderá el ladron que retiene inícua- mente la hacienda ajena, que unos pocos cuarios ú otras menu- dencias que hurtó en su- niñez, le han traido al precipicio en.que
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