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A LOS ENEMIGOS. M7 dona á quien le injurió, y ama á quien le aborrecia, luego inme- diatamente sucede la calma á la borrasca, el reposo á lainquietud, la tranquilidad á la turbulencia. Qué paz entonces la de aquella alma ! Qué dulce sosiego el de aquel dichoso corazon! Que esté pobre ó rico, enfermo ó sano , en este pueblo ó enel otro, que le vengan trabajos ó esperimente alivios, todo le es indiferente. El sabe que ama á Dios: sabe que por su amor perdonó á los que le habian agraviado, sabe que cumplió su precepto no por un impul- so de su naturaleza corrompida que lo resiste, no por algunas máximas del mundo que lo contradicen, sino por un acto heróico de la caridad: por un santo y puro amor de Dios. Y como sabe que es una verdad eterna enseñada por él sacrosanto Evangelio, que Jesucristo tiene ofrecido el premio de venir con el Padre y el Es- píritu Santo á aquella alma que le ama, y por su amor cumple su precepto; este conocimiento claro, esta certidumbre la asegura, la tranquiliza y la coloca en un estado de bienaventuranza en la tier- ra con la posesion de la santísima y adorable Trinidad, Si quis di- ligil me, sermonem meum servabit, et pater meus diliget cum , et. ad eum veniemus, el mansionem apud eum faciemus. (1) Cierto estoy podrá decir aquel hombre feliz, como el apóstol San Pablo, que ni la tribulacion, ni la angustia, ni la muerte, ni la vida, ni la tentacion del demonio, ni las falsas máximas del mundo , ni la perversidad de las pasiones, me podrán arrancar la paz del alma ni separar de la calidad de Jesucristo. Que mi enemigo agradezca el perdon que le concedo ó no lo agradezca: que me ame ó conti- núe aborreciéndome, yo no me arrepentiré de: lo que he hecho. Por amor de Jesucristo le he perdonado: esto. es lo que me tran- quiliza. Si él siguiese en sus enconos, en odios ó deseos de ven- ganzas , yo lo sentiré y miraré con horror su pecado; pero siem— pre su persona será objeto de mi amor. Le amo y siempre amaré en él lo que es obra de Dios, y solo aborrezco y aborreceré en él lo que es obra del diablo. Qué moral tan pura! Qué máximas tan bellas! Qué paz tan digna de una alma que ama á Dios, que posee á Dios, que es amada de Dios, que es templo de Dios, y es hija querida de Dios! Quién puede dudarlo, cuando el Evangelio nos lo enseña como la tercera cosa que Jesucristo ofrece por premio á los que por su amor perdonan y aman á sus enemigos ? Aunque nuestro amabla (1) Joán, e. XIV, y. 23.
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