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216 SOBRB LA OBLIGACION DE AMAR á los enemigos por su amor, es añadiendo al mandato la irrevoca_ ble promesa de que seremos perdonados. Dimittite , et dimitimini. Perdonad, dice, y sereis perdonados. No dice que se nos perdona— rán pocos pecados, sino que aun cuando fueran tantos como las arenas del mar y las estrellas del cielo, quedarán todos perdona. dos. Et dimiltemini. No dice que se nos perdonarán los pecados leves, Ó no muy graves, sino que añade que cuando fueran mas hor- rorosos que los de Judas, Mahoma ó el Antecristo, quedarán per- donados. Ef dimittemini. No dice que si perdonamos ahora á nues- tros enemigos, se nos perdonará á nosotros dentro de un año 6á la hora de la muerte , sino que asegura que en el momento mismo que con un acto de verdadera caridad abrazamos á nuestros ene- migos y les perdonamos por amor de Dios todos los agravios é in- jurias que nos han hecho, podemos contar con el perdon de todos nuestros pecados , con toda aquella seguridad que ofrece la infali- bie voz del Omnipotente. Et dimittemini. Qué felicidad, carísimos oyentes, estar ciertos de que hemos salido del cautiverio de Sata- nás: de que ya el maligno espiritu no tiene en nosotros parte alguna : de que desapareció aquel formidable obstáculo que nos se- paraba de nuestro Dios, que nos hacia enemigos suyos, que nos desterraba del cielo y nos destinaba para arder eternamente en el infierno ! Qué felicidad, vuelvo á decir, tener seguridad de que nuestros pecados ya no existen en nuestra alma, que los lavó la sangre del Redentor, que nuestra fé es viva, nuestra esperanza cierta , nuestra caridad verdadera, que somos templos del Espíri- tu Santo, hijos beneméritos de la santa Iglesia, y que con cual- quiera buena obra que hiciéramos conseguimos un grande mérito enla tierra, y un premio eterno en el cielo! Qué estado tan lleno de felicidades! Qué dichoso! Qué paz la del alma en tal estado! Sí. La paz del alma es la segunda cosa que Dios nos concede por el perdon de nuestros enemigos. Mientras el encono, el ren- cor, la aversion permanecen en el alma, agitado el corazon de es- tas violentas y tumultuosas pasiones , está como en un mar inquie- to y alterado, donde las furiosas olas de los malos pensamientos, donde los impetuosos vientos de las malas palabras, deseos y obras úla manera de una tempestad deshecha, no le permiten un mo- mento de sosiego. Agitado, conmovido, inquieto, anda maquinan- do siempre , buscando siempre medios infames para vengarse de sus enemigos, ú para evitar sus ataques con un ánimo cobarde, asustado y pusilánime ; pero apenas por el amor de Jesucristo per-

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