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SOBRE LA EXISTENCIA DE DIOS, 9 Sér Eterno, de cuya existencia no dudaba. Hasta dónde podríamos llegar con estas preguntas? Ceñid por ahora vuestros pensamien- tos á ponerlos en aquel virtuoso matrimonio, en el que aplicado y trabajador el marido en el cultivo de los campos, ó en su taller y oficina: en el que hacendosa, muy recatada y recojida en su casa la mujer, su marido la ama tiernamente: ella honra, respeta y estima á su marido: ambos crian sus hijos, y en su casa reina la paz , el amor, la fidelidad, la decencia y la modestia. Pasaban dulcemente la vida cuando una enfermedad viene á lenarles de amargura sus inocentes contentos : una fiebre maligna , y UNOS Vi= vísimos dolores postran:en un» cama al marido , cesa el jornal, y con él el alimento de todos. La mujer, aflijida, mirando con dolo= rosa tristeza á su marido , prorrumpe en amargas lágrimas, y los tiernos hijos la acompañan en ellas. Aflijese el enfermo al escuchar los suspiros y mirar las lágrimas de su buena esposa é inocentes hijos , y á pesar de la firmeza de su corazon, se le humedecen los ojos. Levántalos al cielo con filial confianza de que existe una Pro- videncia adorable que mantiene las aves del cielo, los peces del mar, los animales dela tierra, y cuida muy particularmente de los hombres, como de su obra la mas perfecta; y con esta idea religiosa se tranquiliza, esperando el socorro de su grande necesi- dad. Sale en-busca de su alivio su mujer triste, y halla desvios en vez de socorros, desprecios en lugar de benelicencias, y tropiezos á su pudor donde deberia hallar consejos oportunos para conser varle. Oh, qué situacion tan dolorosa ! Sin la idea de la-divinidad no dista un paso de la desesperacion. Pero vuelve á poner sus ojos y su corazon en el cielo, y allí vé un Sér Eterno, que:supo sacar á José de la cárcel, á Tobías de la cautividad , á Susana de las calumnias, á Judith de los peligros , á Esther de la sentencia de la muerte, á Daniel del lago de:los leones, y á Lázaro del sepulcro, clamá al Señor en su tribulacion, y es oido: pide y es socorrido; y sin que comprenda los medios de que se vále la divina Providen- cia para su alivio , le siente y esperimenta. Dónde hallareis vosotros, ridículos y estravagantes ateistas, estas preciosas utilidades en yuestros monstruosos sistemas ? Las hallareis en los delirios de Epicuro sobre el alma, los dioses y el mundo visible? Pero cómo llamaremos alma racional que piensa, calcula , elige, combina y quiere, una alma material compuesta de partes divisibles y perecederas? Cómo nombraremos dioses unos séres sumergidos en sus delicias eternas , sin cuidado de'$us
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