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196 SOBRE LA ETERNIDAD. fundamente San Hilario: Fides temporum., nón Evangeliorum. Nosotros, direis, sí creemos la eternidad; pero las cosas terre- nas absorven todos nuestros cuidados. Efectivamente, señores, ese es otro motivo porque no se piensa en la eternidad. Cuando el eo- razon, el espíritu, la imaginacion, la memoria, el entendimiento y la voluntad se entregan al amor de las cosas sensibles, no queda en el alma del hombre lugar en que se abrigue el pensamiento de la eternidad. Por las Santas Escrituras sabemos que no pudieron permanecer en un altar mismo el Arca del Testamento y el idolo Dagon. El Evangelio nos dice que no podemos servir á un mismo tiempo á Dios y al dinero: sondos señores encontrados y opuestos en sus dictámenes: el uno nos inspira el desprendimiento del cora- von de todos los bienes de la tierra : el otro nos enseña que bus- quemosá cualquiera precio estos mismos bienes frágiles y perece- deros: es menester dejar al uno, y obedecer al otro: amar á aquel y aborrecer á este. Esto nos enseña la fé: esto nos predica el Evan- gelio: esto mismo nos dicta la razon. Cuando un vaso está lleno de un licor, no admite nueva cantidad de otros licores: si está lleno de vino, ya no cabe el agua : siesta le llena, no tiene lugar el vi- no. Tal es el corazon del hombre. Es como un altar, en que si se le da culto al ídolo Dagon , ya no encuentra en él sitio proporciona- do el Arca del Testamento del Dios verdadero: es como un vaso de limitada capacidad, que si le llena el pensamiento de los años eter- nos , ya no tienen cabida en él las cosas temporales: grandezas de la tierra , placeres de los sentidos , empleos brillantes, hermosu- ras, riquezas ; todo se mira desterrado de aquel dichoso corazon: todo le es despreciable en comparacion de una grandeza que jamás se verá humillada, de unos honores que nunca se acabarán, de unas riquezas que serán perpétuas, de unas hermosuras siempre nuevas y siempre eternas; pero si el corazon esta lleno de las va- nidades del siglo, ocupado en los afanes del sixlo, y enredado en los lazos y cadenas del siglo, no dará lugar á que felizmente Je ocupe el pensamiento de la eternidad. Preguntad á San Gregorio si es cierto lo que digo, y pregun- tidselo á la esperiencia de cada dia. Supongamos á un hombre gra- vemente enfermo en una cama, dice el santo , y que haya pasado la mayor parte de su vida en los tráfagos y afanes del mundo: ha= hlémosle de la eternidad digámosle caritativamente: Señor, es menester pensar en Dios. Pensar en la eternidad ¡Oh Dios! Ob eternidad ! Qué pensamiento nuevo para una alma que no se
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