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CONTRA LAS CAUSAS DE LA INCREDULIDAD: 157 Moisés sin espresa inspiracion del cielo darnos el tiempo en que nacieron, los padres que tuvieron, los años que vivieron y los hijos que engendraron ? Se halla alguna historia anterior al Pentateuco, de quien Moisés pudiera haber tomado aquellas noticias tan indivi- duales y exactas ? La han leido alguna vez los incrédulos insipien tes? Seguros estamos de que su ignorancia pueda abrir brecha para asaltar con buen suceso la autenticidad, la verdad y divinidad de los libros contenidos en la Santa Biblia. Habladles tambien de Jesucristo, de este Hijo del Eterno Pa- dre y de María Virgen, Dios y Hombre verdadero, Dios consus- tancial al Padre, Dios verdadero de Dios verdadero; siempre Dios, eternamente Dios, inmenso, sábio, justo, bueno, omnipotente , y hombre verdadero desde el momento feliz para todo el género hu- mano, en que, descendiendo del cielo, tomó nuestra humana na- turaleza en el purísimo vientre de una Virgen que le concibió por virtud del Espíritu Santo, y le dió al mundo, y le crió á sus pechos como verdadera madre suya , quedando virgen en el parto y des- pues del parto, y siempre virgen. Decidles.... Pero no esperarán á que hableis mas. Ellos, interrumpiendo vuestras palabras, dirán con una sacrilega ironia: grande hombre! Fué mas que un triste hijo de un carpintero, que se le puso en la cabeza representar el papel de un profeta, y lleno su espíritu de ilusiones, hizo mas que llenar despues el mundo con su doctrina del mas miserable fana- tismo ? Ah, bocas blasfemas, que en un período solo vomitais un torrente, un rio caudaloso, un mar de abominaciones, enmúdeced! Qui estis vos, qui tentatis Dominum? Habeis leido el Evangelio? Esa carta de Dios á los hombres? Ese libro divino y todo admirable? Ese libro, de quien uno de vuestros mayores maestros formó ej elogio siguiente ? (4) «Os confieso, dice, que la majestad de las Escrituras me pasma, y que la santidad del Evangelio me habla al corazon. Á su vista me parecen muy pequeños los libros de los fi- lósofos mas grandes. Podremos persuadirnos que un libro tan sen cillo, y al mismo tiempo tan sublime, sea obra de los hombres? Se podrá creer que no sea mas que hombre el sugeto cuya historia se describe en el Evangelio? Es por ventura este tono el de un sec- tario ambicioso, ó el de algun entusiasta fanático ? Qué dulzura y qué pureza en sus costumbres! Qué penetrante gracia en sus ins- trucciones! Qué elevacion en sus máximas ! Qué profunda sabidu- (1 Rousseau Emil. lib. 3, pág. 165, y Cartas, pág. 108.

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