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DE MOSTUADO POR LA — RAZON. 145 el misterio se descubre, las dificultades desaparecen, la verdad se ¡oca y la razon se aquieta. Hagamos todavia esto mas sensible con un simil bien sencillo y no menos significativo. Supongamos que los célebres relojeros Hyggs y Evans, Dallen ú otros de los mas acreditados de Lóndres, París y Ginebra, trabajan con empeño el reloj mas esquisito : elijen los mejores materiales, se toman todo el tiempo que les parece, aplican toda su inteligencia y cuidados; y al fin presentan su obra superior en hermosura y perfeccion á cuantas en otros tiempos habian trabajado. Entrégansela con cui- dado al conductor para que la ponga en manos del rey de España, que la habia mandado hacer con todo esmero. Recíbela el sobera- no, y al registrarla encuentra destornillada la máquina, rota la cuerda , sin elasticidad el muelle real, paradas las ruedas, y todo el reloj necesitado de un reparo muy considerable. Admirado el rey pregunta: Qué es esto? No es posible que esta máquina haya salido de esta manera de la mano del maestro: algun golpe ha lle- vado en el camino: tú le has dejado caer: dime con verdad, qué ha sucedido? Señor, responde el conductor aflijido, todo lo que V. M. dice es cierto. Yo, por ver una obra tan hermosa , la saqué un dia de la caja en que venia, y cayéndoseme sobre una piedra , se desconcertó mas de lo que yo podia pensar; y ahora veo que me ha costado muy cara mi curiosidad. Ya lo decia yo , repli- có el rey: no podia menos de haber sucedido asi, porque el artifi- ce es muy diestro : él ha hecho otras obras muy preciosas : él, por encargo mio, habia puesto todos sus cuidados en esta: ciertamente hubiera sido un misterio incomprensible haberla errado, cuando en todas las demas ha mostrado el mayor primor. La caida es cier- ta, el golpe es innegable; pero por haber confesado con franqueza la verdad , yo te perdono. Aplicad , incrédulos instruidos, este si- mil á nuestro caso, y espero que vuestro entendimiento le gradua. rá de una como demostracion del pecado original, dada por la ra- zon natural. No somos tan rebeldes á la luz, que si se nos presenta cerre- mos los ojos con obstinación por no verla. Confesemos con ingenui - dad que no habíamos considerado bastantemente bien la naturaleza del hombre , ni habíamos creido posible probar por pura razon na- tural el pecado original y su funesta propagacion en todo el género humano: pero ahora que la razon nos dicta ser mas conforme creer un misterio menos incomprensible que otro infinitamente mas im- penttrable, y el hombre sin la confesion del pecado original es )

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