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102 SOBRE LA CLARIDAD DE LAS PROFECIAS sou ambiguas sino elaras ; y que los milagros no son inciertos, sino verdaderos y evidentemente innegables , me creerán? Si veritatem dico vabis , quare non creditis mihi? Nosotros , replican los incrédu- los, jamás nos oponemos á la razon cuando demuestra, antes la seguimos con una adhesion inviolable: pruébese lo que se ofrece, y se verá que nuestra instruccion no resiste á las verdades que comprende. Estamos conformes. Perdonamos gustosos las injurias personales á ejemplo de Jesucristo , y pasamos á defender su doc- trina. Scripta lege, impleta cerne , implenda collige , decimos á los incrédulos, como lo decia San Agustin en los admirables libros de la ciudad de Dios; leed: lo escrito, mirad lo que ya está cumplido, y colegid lo que en adelante se debe verificar. Dios eterno, Dios omnipotente y santo que hablásteis antigua- mente por vuestros profetas á nuestros padres, y por vuestro hij0 Jesucristro á nosotros mismos: haced que yo escuche sus palabras, y las trasmitaá los siglos venideros. Vos, Señor, que hicisteis apa” recer en el mundo aquellos hombres virtuosos, justos y santós, que inspirados por vuestro divino espíritu hablaban con firmeza, conocian las cosas secretas, profetizaban lo futuro y obraban en vugstro nombre grandes milagros : Yos, Dios. mio, que. confortás- teisiSamuel para que hablase con vigor á Saul, y llenásteis de fortaldza á Nathan , Elías, Jeremías y Daniel, para que intimasen vuestras órdenes á David, Achab, Sedecias y Nabucodonosor, y se hiciesen obedecer de aquellos principes y sus pueblos ; sostened mi debilidad : llenád me de vuestro espíritu para que yo tambien hab]l£ en vuestro nombre y defienda vuestras verdades; y si por esta causa fuera yo digno de padecer algunas tribulaciones como aque- llos justos de quienes acabo de hacer mencion , me tendria por.el mas dichoso de los mortales. Dirijid mi lengua, mi pluma y mico- razon para la mayor gloria vuestra y utilidad de mis prójimos, re- dimidos con la sangre de Jesucristo, Dios y hombre verdadero. PRIMERA PARTE. No seria justo, amados cristianos mios, entrar en el asunto sin establecer algunos principios en que necesariamente convienen cuantos hombres hacen un recto uso de la razon. No hablaríamos con exactitud de las profecías, sin esplicar primero qué cosa en tendemos por profecía, cuántas especies conocemos de ellas, y 4e
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