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DE JESUCRISTO. 93 se dignare revelarlo. En el cielo le veremos como él es: en la tier- ra no pueden los hombres ni los ángeles dar ideas perfectas de su santidad. No nos queda otro partido que tomar, sino abrir el Evan- gelio, y estudiar en él á Jesucristo. Apenas fijo atenta y respetuosamente mi vista en este libro di- vino , cuando su luz me sorprende, y mi alma queda llena de ad- miracion. Qué amor de Dios tan puro! Qué amor del prójimo tan tierno y desinteresado! Qué respeto tan profundo al Señor, á quien llama su Padre! Qué dependencia de su voluntad ! Qué celo de su gloria! Qué inmenso deseo de hacerle conocer y procurarle adora= dores! Quién jamás amó á los hombres con un amor tan puro, tan sincero y tan generoso como Jesucristo? Qué cosa puede imaginar- se que sea comparable al celo con que los instruye, á la bondad con que los socorre, á la paciencia con que los sufre? La inocencia de sus costumbres, su moderación, su desprendimiento, su aver- sion al fausto , á la vanagloria y á la avaricia , quién la esplicará? Cuántas veces se enterneció , cuántas derramó afectuosas lágrimas por las desgracias de los hombres! Cuántas veces se fatigó , cuán- tas palabras habló, cuántos pasos dió , por reducir al aprisco de su Eterno Padre las descarriadas ovejas de Israel ! Qué noble sencillez en sus modales! qué dulce majestad en su presencia! Modesto sin afectacion, grave sin altanería, discreto y reservado sin ficcion, afable y popular sin bajeza , ni lisonjea los vicios, ni ofende á los hombres. A todos hace bien, y todo lo hace bien. Ved ahí, ama- dos cristianos mios, lo que á la primera vista del Evangelio perci- bimos de Jesucristo. Si volvemos á estudiar el Evangelio con un poco mas cuidado, oh Dios inmortal, qué fondo de santidad tan insondable se nos pre- senta ! Ningun vicio hallamos, ningun defecto , ningun primer mo- vimiento, ninguna de aquellas pequeñas debilidades, de que no es- tuvieron exentos los mas eminentes santos. Qué hermosura y qué pureza la de su corazon! Qué grandeza y qué elevacion en su alma! Lo sublime y sumo de la virtud era el estado natural de Je- sucristo. Jamás necesitaba recojerse dentro de si mismo para orar: jamás se vió precisado á reprimir sus pasiones para practicar lo mas heróico y sumo de las virtudes. Jesucristo fué sábio sin es- tudio , hermoso sin vanidad, rico sin presunción , pobre sin dis- gusto, moderado, paciente, magnánimo é intrépido sin violen tarse. Su humildad fué profundísima , su mansedumbre inalterable, su pureza mas que angélica , su obediencia mas que humana y su

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