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168 co, como sucedió con el sepul- cro dispuesto por Nicodemus; sino para fijar en él su mora- da, y tener en él sus delicias, Ven, pues, á mi corazon, Dueño absoluto de mi sér: ven, y toma posesion de una criatura que formastes solo para tí. Es verdad que me estremezco al considerar mi indignidad; pero me consuela el saber que una sola palabra tuya puede santificarme, y hacerme digno de tu amor: Ven, Jesus mio, líbrame de la esclavitud afrentosa del peca- do: rompe de una vez los la-

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