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VI un hecho aislado, ni cuando trabaja en presencia de quien puede galardonarlo; ¿podrá el escritor atinar en los esbozos y delineamientos de una persona moral, que existe tres siglos ha, con solo haber ojeado un libro del siglo XVII? ¡Ah! no; es forzoso emplear tiempo; detener- se cuanto fuere preciso para exhumar documentos oriy:1- nales, cavar en los escombros de los conventos baiar á los panteones, desempolvar manuscriptos, confrontar discur- sos, sermones y opúsculos, revisar los libros parroquiales y hermanar todo lo que atañe á una edad, á un siglo, á un periodo, á un Religioso de renombre é influencia, no solo para venir en conocimiento del modo de pensar y de los razonamientos, aficiones y tendencias del mayor número y dela parte más sana de ese todo, de esa cor- poración, de esa persona moral, sino para buscar nuevas orientaciones y apoderarse de los secretos que han de co- locarnos en la pista de imponderables tesoros y porten- tosos hallazgos. No camina el historiador, que carece de documentos, con tanta ligereza y con tantas esperanzas de tocar la meta y ganar la corona, como el arqueólogo y el explotador de minas; pero suele también á veces acontecer que en un momento tenga la fortuna de topar el documento que sirve de clave para desmentir y pulve- rizar fábulas y leyendas, el autógrafo que niega la exis- tencia de palacios encantados y de héroes legendarios: la sentencia y el acta originales que empequeñecen y convierten en pigmeos á los gigantes y reducen al rango de lrombres vulgares, cobardes, ruines y mal nacidos á los supuestos atletas y desfacedores de agravios, el escri- to auténtico que arranca al historiador, la aureola y le confunde y empareja con los cronistas de sanm- luartos, que escriben sin plan y por blanco de sus ta- reas no ofrecen más que el encumbramiento y gloria ex- celsa y casi única de la milagrosaimagen y el noble empe- ño de prevenir la crisis económica. Además del pensamiento que, según hemos apun- tado, debe informar la crónica, ha de hab r y siempre