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VI Provincia, que reconoce por su legítima madre; á re presentarla con fidelidad en las distintas épocas Ó edades principales y críticas de su larga existencia, infundiéndo- la aliento, animación, vida; y si con afán inspecciona los conventos antiguos y los recorre y los mide, y de lejos los contempla y los examina y admira de cerca y los an- da y desanda muchas veces; si aglomera datos y depura y analiza hechos: si « nriquece y aquilata los apuntes bio- gráficos; si no se da punto de reposo, acaparando, á se- mejanza de la próvida hormiga, leyes, ordenaciones, ca- pítulos provinciales, costumbres, privilegios, litigios, ce- remoniales antiguos; si copia cartas, traslada epitafios, registra archivos, revuelve cronicones y bularios, repro- duce fotografías, imprime estadísticas é inventa cuadros: si todo lo escudriña, pesa, compara, clasifica, ordena y va colocando en determinado luyar, es con ánimo de prestar, por decirlo así, carne y sangre átodo el conjunto, de caracterizar y embellecer á esa persona moral, de de- ducir el pensar, el sentir y la vida entera, por ejemplo de: la Provincia de Castilla. ¡Ah! el historiador de conciencia, que está pene- trado de su misión, y ha llegado 4 adquirir exacta no- ción del cargo de crónista provincial, consentirá en que borren su nombre de la lista de los historiadores, nun- ca dará motivos para que le comparen á la infame me- retriz, al avaro mercader y al flexible y astuto cortesano. No se precipita tampoco y aventura. Para hacer un busto perfecto no basta una sesión; el más aventaja- do artista mira, observa, investiga, toma distintas posicio- nes, enmienda, retoca y no tolera que los profanos ad- miren su preciosa labor hasta que no ha agotado la pa- ciencia de quien le sirve de modelo y cuando sus ojos y sus dedos, cansados, se niegan á continuar en movi- miento y piden reposo. Quien ha sido elegido para tejer una biografía y formar una historia, ha de res- plandecer tambien por su madurez, reflexión y genio observador; el hombre no se conoce en un día, ni por