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nal en tal guisa que ni á los inocentes escandalice, ni á los pusilánimes sea nocivo, ni á los provectos y desen- gañados engañe y á todos sirva de manjar nutritivo, sua- ve y deleitable; aquel aburre y crucifica al pacientísimo lector con pormenores y digresiones impertinentes, sem- bradas de ditirambos, metáforas y lisonjas; este inexora- ble, como el podador inteligente, cercena sin piedad y arroja lejos de sí narraciones pueriles, curiosidades vanas, fruslerías románticas, cosas menudas y pormenores vagos que ni aportan una idea nueva, ni despiden el más ténue destello de luz, ni dan relieve á un personaje, ni mucho menos añaden algo que modifique el carácter, la sem- blanza moral, el retrato de este, ni ahuyentan tampoco las sombras que rodean y entenebrecen los orígenes de una fundación, ni resuelven una duda, ni desvanecen una sospecha, ni fundamentan una hipótesis, haciendo muy poco ú ningún caudal de cuentos, historietas, crónicas, noticias y epístolas de revistas y periódicos ó mejor di- cho, usando del procedimiento que se estila con los anóni- mos, que ó se queman sin ser leídos, ó se leen para des- cubrir mejor la pista y averiguar más pronto la verdad y certeza de hechos importantes. El cronista provincial de una Orden á quien por nin- guna vía hemos de emparejar con gacetilleros y cronis- tas empalagosos, monótonos y juramentados, ni puede ni debe pararse á describir medianías, ambiciosos vulga- res y gigantes de cartón, faltos de talento, ayunos de virtud, débiles como cañas huecas, que carecen de hidal- guía, personalidad propia y hasta de corazón, no pose- yendo más que la ciencia de atizar sin riesgo las pasio- nes de los poderosos, dar lecciones de indignidad y per- fidia é:inventar vilezas y villanías rufianescas; fíjase en algo noble, grande, elevado, va en busca de la persona moral, no estudia al hombre aislado, miembro de una Comunidad particular; los anhelos de su alma y los ar- dentísimos deseos de su corazón enderézanse 4 mode- lar con esmero y esquisita delicadeza el busto de la