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arrogarme los fueros del maestro de literatura precepti- na; séame lícito, sin embargo, opinar que el hilo de oro que puede unir y entretejer toda la trama de nuestra historia; el pensamiento dominante, hacia donde deben converger todas las ideas, todos los hechos, todas las fundaciones, los hombres todos que han de enaltecerse ó vituperarse es la observancia regular, pues la observan- cia es el eje sobre el cual ha girado y girará éste pequeño mundo, ésta porción de la grey franciscana y el barómetro seguro é irremplazable que indica con pasmosa precisión los grados de altura ó espiritual perfección que hoy tienen y alcanzaron ayer las comu- nidades y las provincias monásticas. Tal vez algunos, conocedores de las malas artes del periodista venal de nuestros días, que da y quita, restituye y enmienda, re- nueva y amplia y torna á emborronar y vuelve de nue- vo á escribir con pluma de oro patentes de sabiduría, valor, patriotismo, nobleza y honradez acojan esta since- ra opinión con las palabras «rísum tencatis» ¿Qué im- porta? Tambien hay arqueólogos improvisados y artis- tas de afición que miran con indiferencia un lienzo del Greco, sueltan la carcajada ante un Cristo bizanti- no, escuchan enajenados de entusiasmo, estáticos y con los ojos preñados de lágrimas las poesias de cualquier Salvador Rueda, y aplauden frenéticamente engendros dramáticos en los cuales aparecen groseramente-: menos preciadas las reglas del arte y se acocea brutalmen- te el pudor. Imaginan estos Zoilos que el mérito de una Vir- gen estriba principalmente en las manos maravillosa- mente torneadas, en la regularidad y gracia del rostro, en los colores vivos del ropaje y en el dibujo sencillo y elegante de la orla del manto. Aquellos ilusos Juvenales han aprendido que historiador es algo así como redactor de la Gaceta, coleccionador de leyendas inverosímiles, anécdotas, cuentos, historietas, chismes, fantasías y sucé- sos de cotarro y de plazuela; panegirista consciente y

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