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MEDITACIÓN PRIMERA El P. Misionero debe excitar su celo en favor de las almas, por razón del ministerio que el Señor le ha confiado PreLUDIO: Represéntate á Jesús, que mirándote con predilección te llama y te dice: Así como mi Padre me envió al mundo, yo te envío ú tí para que salves muchas almas, Considera que al ser llamado al Sacerdocio has sido constituido Ministro del Altísimo no sólo para hon- rarle con sacrificios, sino también para salvar las almas, instruyendo á los ignorantes y convirtiendo á los pecadores. Ut offerat dona et sacrificia pro pecca- lis... qui condolere possit ¡is qui ignorant et errant. (Hebr. v. 2.) En efecto. Es de fe, que el Hijo de Dios bajó del cielo á la tierra y tomó carne humana para sacar las almas del cautiverio del demonio y llevar- las al cielo. Mas no es menos cierto, que así como Dios envió á Jesucristo para salvar el mundo, así Jesucristo destinó á los Sacerdotes para trabajar en la salvación de las almas. Sicut missit me Pater, et ego milto vos. (Joan. 20, 21.) Queriendo nuestro Divino Salvador perpetuar su misión sobre la tierra, dejó á los Sacerdotes encargados para velar sobre las almas, haciéndoles coadjutores suyos en tan nobilísimo mi- nisterio, según nos enseña San Pablo: Dei adjutores sumus. (1. Cor. IT. 9.) Tan importante es este tu ministerio y tanto puedes influir en el bien espiritual de las almas, que el mis-

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