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jor la moción del pueblo, pronunciará un so- lemne sermón, ya sobre el perdón de los ene- migos, ya sobre la caridad, ó ya también sobre las discordias y abusos que en esta materia reinan en la sociedad, especialmente en la co- marca donde se predica, 6 bien sobre otros puntos análogos, que interesen al auditorio, recordando los castigos que en todo tiempo ha enviado la Justicia divina sobre los obstina- dos en no querer perdonar á sus enemigos. Cuando el auditorio está consternado y como temiendo que el Señor envíe fuego del Cielo para castigar su dureza, recuerda de pronto las palabras de nuestro Divino Salvador: Dimittite, el dimittemini (Luc. VI, 37). Comentando estas palabras, hace observar al auditorio la condi- ción indispensable que nos pone el Señor para ser perdonados; dimiltite. Y en vista de esta necesidad, empieza por perdonar á todos aque- llos de quienes hubiese recibido algún agravio, y dando ejemplo á su auditorio, pide perdón primeramente á su compañero, que estará en el Presbiterio, esperando le conteste en alta voz. Del mismo modo se dirige á todos los Sa- cerdotes y demás auditorio, y obtenido el per- dón que ha de ser expresado por todos ellos

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