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Jesucristo, que, derramada en la cruz, lavaste mis pecados y los de todo el mundo. No per- mitáis, dulciísimo Jesús, que sangre de tanto valor sea en vano derramada por mi. No dejes pasar ocasión tan preciosa, representa á Cristo tus faltas y miserias: habla con él con la misma confianza que si hablases con el más amoroso padre: pidele las gracias que necesitas tú, tus hijos, parientes y amigos: ruega por el Sumo Pontífice, por las nece- sidades de la Iglesia y del reino, por Jos Sace rdotes, por la conversión de Jos pecadores, y basta por tus mismos enemigos. Al nobis quoque peccatoribus dáse el Sacerdote un golpe en el pecho, para indicar el arrepentimiento del Centurión y otros, al ver expirar á nuestro Salvador, reconociéndole por Hijo de Dios verdadero..... Y tú, que también Jo reconoces por tal, ¿renovarás su pasión y muerte con nuevos pecados” Las siete peticiones, que encierra el Pater noster, recuerdan las siete palabras que dijo Jesucristo en la eruz, en aquellas tres horas que duró la cruel agonía, que padeció por nuestro amor. Hé aquí esas memorables palabras: ta Perdónalos, Padre porque no saben lo que hacen. 9.3 Hoy estarás conmigo en el paraiso. 3 Héahi á tu madre..... Mujer, hé ahi á tu hijo. 4 Dios mio, Dios mio, ¿por qué me has desam- parado? $. Sed tengo. 6.2 Todo está acabado. 7a Padre, en tus manos encomiendo mi espiritu. Al partir la hostia, piensa cóm:O el alma de Cristo, separada del cuerpo, bajó al seno de Abraham á liber- tar las almas de los santos padres; quedándose la divi-

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