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— 1% — á tal cosa es perderse. ¡Oh qué error! Es tan alto el concepto que en este lance de mi muerte tengo del dicho ejercicio de la Misión, que si ahora volviera á vivir mil años, no biciera otro oficio en toda mi vida... Y luego, que si este ejercicio se hace como es razón, con retiro de los seglares, cuando no es menester para el intento su conversación; aunque no le quedan mu- chas horas al Misionero para contemplar, en aquel poco de tiempo que se puede recoger á tratar de su interior, tiene muchos motivos para enardecerse de presto, que suplan largas meditaciones. El de las ma- terias tan eficaces que trata; en el pecador que le vino hecho un mar de lágrimas; en la pobrecica que llegó á sus pies, que participaba de una gran unión con Dios que adquirió en medio de una vida llena de fati- gas y trabajos, en el que supo en el confesonario que se quedó muerto pecando; y en la extraordinaria reso- lución de otros muchos. que le piden consejo y licen- cia para hacer arduísimas penitencias, movidos de la Misión, etc. Todo lo cual levanta en peso al Misionero (si vive tibio) viendo tan manifiestos fiscales de su ti- bieza, y le obligan á avivarse en el servicio de su Divi- na Majestad. Y aun si tiene fortísimas pasiones, el mismo ejercicio que tiene de Misionero y el gran con- cepto que el pueblo suele tener de él, le sirve de valen- tísima causa impulsiva para que no serinda. Todo esto tiene de ganancia aun el Misionero más flojo; fuera de los especialisimos auxilios con que Dios con especia- lidad le ha de asistir, siquiera porque todo está entre- gadoá la labor de la viña de su Divina Majestad. pri- vándose por esto de la quietud con que sólo pudiera tratar de sí ¿Pues quién con esto no se alentará á em- plearse cuanto pudiere en este santo ejercicio de la Misión? ¡Oh Padres míos los que esto podáis hacer! Resolveos á ello y veréis el consuelo que por ello te- néis en la hora de vuestra muerte, donde también os habéis de ver por último, como al presente me veo yo..