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— 123 las más de repente (por no malograr todos géneros de pecadores perdidisimos, sin otras como setenta mil de personas callando pecados en la confesión, y las más de toda la vida: no obstante todo esto, confieso (vuelvo á repetir que por lo que toca á este punto de la Misión, nada me atemoriza; antes sí, el haberla hecho, es el renglón que sólo me consuela en esta hora de mi muerte, en medio de mis temores dichos, y totalmente alientan mis esperanzas de que por ella (mediante la sangre de nuestro Redentor) me ha de perdonar nuestro Padre Señor Dios, y que he de gozar de su Divina Majestad eternamente. En fin, Pa- dres y Hermanos (después de Dios) no tengo otra cosa que me consuele sino es ello. ¡Bendito sea el que tal pensamiento me dió de ser Misionero! No dudo que en tanto millón de confesiones como he hecho, habré cometido muchas faltas, pero no sé qué alegría siento en haber tanto confesado, en que no dificulto, que esas faltas me las tiene de perdonar mi Padre Señor Dios, y que por las confesiones ( mediante su divina misericordia y gracia) me ha de dar la sal- vación, que por mis muchos pecados tenía yo desme- recida. Será, quizás, porque muchas almas que están gozando de Dios, por esas confesiones en el Cielo, y muchas que por lo mismo estarán en gracia de Dios en la tierra, estarán ahora rogando 4 Dios por mí, por haber sido yo (aunque material) el instrumento de esa su felicidad; que aunque todo lo que han recibido de eso, por medio mío, es de nuestro Señor Dios, es tam- bién crédito de ellas, no dejar perder el medio (aun- que material) de su bien. Me alegro, agradecido, de la gloria de las más y pido á Dios la perseverancia de las Otras. En fin por este camino muero tan consolado, que casi se mira ausentado aquel gran temor primero. Bendito sea (vuelvo á decir) el que me hizo Misionero, por cuyo medio ahora gozo de tanta alegría y confian- za, de donde muchos engañados piensan que el darse la ocasión), de

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