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— 103 — aterrado el Padre de la Iglesia San Bernardo: ¡Ay de los predicadores que, olvidados de la gloria de Dios y utilidad de las almas, sólo buscan su aplauso y esti- mación! Y con razón; dice nuestro hermano San Antonio de Padua: Está el mundo ardiendo en llamas de malicia, está hecho un horno de Babilonia, cuyas llamas se aumentan cada día con tanta leña de pecados, que llega ya el fuego aún á los más sagrados edificios con peli- gro de que sean eternos, ¿y tú ta pones en el púlpitoá dar música en lugar de dar voces por agua? ¡Agua, que se quema la ciudad!.... ¡Penitencia, que se abra- san las almas en el fuegu de los pecados! ¡Oh Sacerdote del Altísimo! Oye á San Crisóstomo que dice: Si vieras á un pobre ciego que iba á despe- ñnarse por un tajo altísimo de peñas, ¿no le dieras voces para que se detuviera? Pues, ¿por qué, viendo que tan- tas almas, ciegas por la culpa, se precipitan á un in- fierno eterno, no les das carilativos gritos para que no se pierdan? ¿Por qué te pones á cantarles tan inútiles como estudiados conceptos”? Y si esto se reprueba en todo Sacerdote y predica- dor, ¿qué se diría de tí que te precias de ser hijo del humilde Seráfico P. San Francisco que en su Santa Regla dejó escritas las mismss palabras, que más tar- de las hizo suyas el Concilio de Trento, exhortando á sus religiosos que su predicación fuese á utilidad y edificación del pueblo, anunciándoles los vicios y vir- tudes, la pena y la gloria? ¿No temerás incurrir en Ja indignación de Dios y de tu Seráfico P. San Francisco? MEDITACIÓN NOVENA Juicio del Sacerdote sin celo de las almas PRELUDIO: Imagínate á Jesús que, lleno de indignación 5

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