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100 descender en su predicación á la capacidad de los más ignorantes, mereciendo por su celo que al terminar una misión y erigir la cruz de recuerdo, aparecieran sobrenaturalmente tres cruces en vez de una. Finalmente, mírate como en un espejo en el modelo de Misioneros Capuchinos, el Beato Diego José de Cá- diz,y después de recordar sus trabajos y fatigas para tu confusión, refiexiona cuál sería su celo estupendo por las almas, cuando, loco de amor hacia ellas y sin po- derseirá la mano, dice á su Director: «No quiero mo- rirme hasta el día del juicio, que deje convertido á todo el mundo. Aun estando en el cielo le diré á Dios: ¿Qué hago yo aquí parado? Déjame Señor, ¡dame licen- cia para irá Misión! y entonces andarlo todo, el Limbo, el Infierno; y últimamente hacerla á los Santos del cielo..... Por el amor á mis prójimos he deseado nuevamente y aún pedido que me deje poner en la puerta del infierno para impedir á todos la entrada.» Ante tan sublimes ejemplos, ¿no te moverás siquiera á reconocer tu deficiencia de celo y de amor á las almas? ¿No confesarás que estás muy necesitado de es- píritu de sacrificio para favorecerlas? ¿No tomarás una viva resolución de trabajar á imitación de tus herma- nos y á la medida de tus fuerzas por conquistar mu- chas almas? MEDITACIÓN OCTAVA Cuánto debe temer el Misionero que predica, no por celo de las almas, sino por grangearse su propia estimación PRELUDIO: Contempla á Jesús en actitud amenazadora contra el predicador que en su ministerio busca su esti-

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