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E MES espíritu verdaderamente apostólico la herejía de su tiempo, condenaba y desterraba la blasfemia, la ¡im- piedad y los vicios reinantes en cada país, teniendo por práctica ordinaria á este efecto el preguntar antes de subir al púlpito cuáles eran éstos. Represéntate á un San Juan de Capistrano quebran- tado por sus trabajos apostólicos, recorriendo toda la Italia, ablandando los corazones más empedernidos y convenciendo los entendimientos más obstinados de judíos. husitas y otros herejes, proclamando una gue- rra santa contra los turcos, y animando á todos á que tomaran parte en aquella cruzada y recorriendo con este fin la Hungría y otras regiones. Admira el celo de un San Jaime de la Marca, de quien se refiere, que en un solo sermón de la Magdale- na convirtió á treinta y seis mujeres de vida airada, que bautizó ú-doscientos mil infieles, y en la Hungría convirtió cincuenta mil herejes. Reflexiona un momento sobre la constancia .en los ministerios de un San Leonardo de Puerto Mauricio, que por espacio de cuarenta y cuatro años y siendo débil de complexión sobrellevó los trabajos de conti- nuadas misiones, y recuerda que, como ¡efecto de tan prolongada experiencia, llama á una misión Campaña contra el infierno, y dice que á veces manda Dios una misión á un lugar por una sola alma, y que por el precio de una sola se pueden dar por bien empleadas todas las penalidades que puede sufrir un misionero. Figúrate las fatigas y desvelos que suponen las in- numerables conversiones obtenidas por el celo de «un Beato Odorico de Pordenon, un Beato Gentil de Mate- lica, un San Francisco Solano y otros muchos, de quienes se dice que el primero convirtió veinte mil infieles, el segundo que bautizó á más de diez mil y el último á innumerables Omitiendo por la brevedad hacer especial men- ción de los sufrimientos y aquilatado celo de los Már-

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