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las almas manchadas con la culpa, gemía por ellas con una lernura tan compasiva, que semejante á una ma- dre, no parecía sino que todos los días estaba dándo- las á luz en Jesucristo.» ¡Tan tierno y compasivo era tu Seráfico Patriarca para los pecadores! Heredaron este espiritu de celo por las almas no pocos de tus hermanos en religión, quienes dejaron admirables ejemplos que indudablemente han de con- tribuir á despertar en tí una santa emulación y un vivo deseo de imitarles. Recuerda sobre esta materia los sentimientos del Seráfico Doctor San Buenaventura que protestaba querer sutrir tantas muertes, cuantos pecadores había en el mundo á fin de que todos se salvasen. Considera el espiritu de sacrificio de un San Anto- nio de Padua que, sediento de la palma del martirio, pide licencia para pasar al Africa y no habiendo logra- do su deseo, recorre lleno de celo y de espiritu de Dios la parte Septentrional de Italia y Mediodía de Fran- cia, predicando infatigable con indecibles trabajos, pasando muchas veces casi en ayunas todo el día hasta la puesta del sol, siendo el martillo de los herejes de aquel tiempo y un verdadero Apóstol en reprender vicios, extinguir odios, reparar injusticias, libertar á esclavos, siendo además el que dió principio á: las aso- ciaciones Ó confraternidades que han sido siempre de tanta utilidad en la Iglesia. Contempla en sus ministerios apostólicos áun Beato Bertoldo de Ratisbona cuyo espiritu era de Elías y tan inflamadas sus palabras, que á veces se componía de sesenta y ochenta mil almas su auditorio, siendo tan eficaces sus ejemplos de austeridad y de espíritu de sacrificio, que era un dechado de todas las virtudes monásticas. Medita las fatigas de un San Bernardino de Sena en favor de las almas, cuando, impulsado por su ardiente celo, impugnaba con irrebatibles argumentos y con un

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