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sores que se distinguieron en el amor hacia sus seme- jantes, pondera el espíritu elevadisimo de tu Seráfico Padre San Francisco y su ardiente amor á las almas. Desde el momento en que el Seráfico Padre supo por mediación de Fray Silvestre y de Santa Clara que era voluntad de Dios que él y sus hijos atendieran á salvar las almas de los prójimos, inflamado en el amor divi- no y ávido de sacrificarse por las almas, se dispone para partir á Siria, buscando el martirio. No pudien- do continuar su viaje y viéndose obligado á volver á Italia, contémplale predicando en todas partes con abundantísimos frutos y diciendo á los hombres de su tiempo: «quiero mandaros á todos al Paraíso.» Llevado de este mismo celo, mira, cómo arrostrando trabajos y fatigas, parte de nuevo para España con ánimo de ir 4 Marruecos á convertir 4 Mahometanos. No habiendo podido realizar este su propósito por causa de enfermedad, según se cree, y volviendo á Italia, admira su espiritu de sacrificio, cuando im- pulsado por el mismo celo de las almas embarca de nuevo para Siria y Palestina y predica á los cruzados y al mismo Sultán en Egipto. Considera el fuego sagrado que devoraría el cora- zón de tu Seráfico P. por la salvación de las almas, cuando para ellas obtiene de la Santa Sede aquel sin- gularísimo perdón ó Jubileo de la Porciúncula. Pon- dera, finalmente, el celo que suponen aquellas pala- bras con que á semejanza del Divino Maestro enviaba á sus hijos á predicar á las cuatro partes del mundo. «Id, hijos míos carísimos, por todo el mundo y anun- ciad la paz.....» «Aquel exceso de amor que abrasaba su corazón,—dice el Seráfico Doctor San Buenaventura,— le hacía tan servicial para las almas formadas á imagen de Dios y rescatadas por Jesucristo, que no se creía amigo suyo, si no conquistaba muchas almas redimi- das con su preciosa sangre. Cuando el Seráfico Pa- dre—prosigue el mismo Santo Doctor—contemplaba

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