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nostra spes aut gaudium, aut corona glorix? Nonne vos ante Dominum nostrum Jesum Christum estis in adventu ejus? (1. Thessal. 11. 19.) Si los Reyes de la tierra, siendo miserables mortales, premian con regia magnificencia al que libra á uno de sus vasallos de un inminente peligro, ó expone la vida en un contagio, sirviendo á los apestados, ¿con qué generosidad premiará el Señor al que hubiese sacado una ó más almas de las llamas del infierno? Si el Hijo idolatrado de un tierno y poderoso Monarca cayese en el fuego, y un hombre intrépido lo sacase y presentase ileso á su Padre, todo premio le parecería insuficiente para galardonar acto tan benéfico. Pues ¿qué hará Dios con el Sacerdote que consagra generoso su vida á la salvación de las almas? ¿Qué tiene que ver el afecto del padre más amoroso con el cariño que Dios profesa á las almas que son sus hijas muy amadas? ¿Qué son el fuego y todos los males de este mundo comparados con los tormentos espantosos del infierno? ¿Y qué pro- porción hay entre el poder y la generosidad de un mi- serable mortal, y el poder y la generosidad infinita de Dios que promete un premio inmenso de gloria por la visita hecha á un enfermo en su nombre ó por el vaso de agua dado á un pobre por su amor? Para ponderar el premio del Sacerdote que ha des- plegado mucho celo por la salvación de las almas, dice Santa Brígida, que su galardón no será otro que el mismo Dios. Pero aún más explicitamente se ex- presa San Gregorio, cuando dice: Que tantas serán las coronas que el Misionero celoso tendrá en el cielo, como almas hubiese salvado. Refiérese en las Crónicas de la Orden, que el Beato Bernardino de Feltre supo por revelación que, cuando murió el Beato Querubín de Espoleto, que con gran celo se dedicó á la salvación de las almas, salieron á su encuentro más de setenta y seis mil, salvadas por su apostólico ministerio. Lo mismo se lee de San Fe-

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