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a y tan á su costa? Si nuestro Divino Salvador y Maestro da su vida y su sangre por las almas, ¿cómo tú que eres su criado y ministro no sobrellevarás algunos tra- bajos inseparables de tu ministerio? ¿Cómo se puede tolerar que perezcan tantas almas pudiendo tú librar- las del infierno? MEDITACIÓN CUARTA El P. Misionero debe excitar su celo por la gran necesidad que tienen las almas de ser ayudadas PRELUDIO: Figúrate que ves delante de tí dos caminos, los cuales conducen á las dos eternidades. El camino del cielo con muy pocos escogidos y el del infierno muy po- blado de réprobos. Considera atentamente el estado general del mundo en materia de religión. Bien podemos exclamar llenos de dolor y espanto con el Profeta Jeremías: Visw Sion lugent, eó quod non sint qui veniant ad solemnitatem. (Thren. 1.) Lloran los caminos de Sión, porque no hay quien vengaá la solemnidad. Es ciertamente para llorar con lágrimas de sangre, dice nuestro Seráfico Doctor San Buenaventura, el ver tan desiertos los ca- minos de la celestial Sión de la Gloria, cuando se ha- llan tan poblados los de la eterna condenación del infierno. Dejando aparte, en efecto, tantos millones de habi- tantes, que casi son las tres cuartas partes de los que pueblan el globo terrestre, que desconocen al verda- dero Dios y que por consiguiente están en camino de perdición, ¡cuántos herejes, conociéndole, se obstinan 2

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