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sea para Dios como la salvación de las almas, así como no hay ocupación más preciosa á sus ojos como es el ministerio de ganar almas. Mas para comprender el valor de las almas, nada más poderoso y contundente que el recordar lo que hizo Jesucristo por ellas. Es innegable, que todos los pasos que dió el Hijo de Dios, los trabajos que soportó, todo lo ordenó á la salvación de las almas. Es más, como si un sólo acto de Jesucristo no fuese suficiente precio para redimirlas, quiso dar por ellas, no el oro y la plata de este mundo, sino su misma sangre, como dice el Apóstol San Pedro (Epist. 1. Cap. 1. 18-19.) Non Corruptibilibus auro vel argento, redempti estis... sed precioso sanguine. Pues si una mercadería vale tanto cuanto cuesta y dan por ella los inteligentes en aquella facultad y ese esel precio competente á su valor, ¿cuál será el valor de las almas, cuando Dios, que es sabidu- ría infinita y no puede errar, ha comprado las almas con su preciosa sangre? Sanguinem fudit, dice San Agustín, unicus filius Dei pro nobis; anima, erige te, tanti vales. Anímate ¡oh alma por el valor que tienes! ¡su misma sangre ha dado por tí el Hijo unigénito de Dios! Si un Rey muy sabio diese un millón por el hallaz- go de una perla que había perdido, ¿no es verdad que con eso demostraba el Monarca que hacía de ella un aprecio inestimable? Pues ¿cuánto valdrán las almas que, perdidas por el pecado, han sido halladas y com- pradas, no por un millón, no por el cielo y la tierra, sino por la sangre preciosa del Criador del universo? Ahora bien; si nuestro Señor ha sido tan dadivoso y tan generoso por las almas que se ha sacrificado y ha dado toda su sangre por ellas, siendo así que cada gota de ella es de valor infinito, ¿cómo tú, siendo Sacerdote y Misionero, no quieres padecer y sufrir algo por ellas? s posible que nada quieras hacer por adquirir teso- ros tan preciosos, que Dios tanto estima y que compró

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