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pero bastante inferior a la de sus con– discípulos. Durante los primeros años de la su– presión, prestó ayuda en algunas pa– rroquias, a la vez que estudiaba la teología moral. Mas pronto se le hizo la situación de exclaustrado demasiado ajena a su vocación. Añoraba la vida comunitaria capuchina, el hábito, la barba y todo aquello que constituía la forma de exis– tencia por la que había pasado del siglo al claustro en su mocedad. No menos echaba en falta el apostolado típico de los sacerdotes de su Orden, el misionar entre fieles o infieles, ministerios pro– hibidos en su patria. 6 Los hermanos, como discípulos de Cristo e hijos de San Francisco, recuerden que la vida apostólica exige disponi– bilidad para soportar la cruz y la persecución. Capuchinos, const., 145, Los 52 religiosos del convento de Pamplona salieron sigilosamente de la ciudad. Poco después de la violenta aboli– ción de las órdenes religiosas en Es– paña, los capuchinos españoles fueron reagrupados jurídicamente por el Papa en un comisariado apostólico. Muchos de ellos se habían pasado a Francia. El padre Esteban prefirió dirigirse a Roma y solicitar destino directamente del co– misario padre Fermín de Alcaraz, el cual lo incorporó a la provincia de las Marcas, donde la austeridad de la vida capuchina se hallaba en pleno vigor. Aprendió con relativa perfección el ita– liano, llegando a predicar alguna cua– resma en pueblos menores, sirviéndose de sermones propios y ajenos. De esa experiencia italiana, que duró dos años

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