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¡Perdón, Señor, para un alma que se pierde! latín. Era en 1827. El año siguiente, en que recibió el sacramento de la confir– mación, se sintió llamado no sólo al sa– cerdocio, sino a la Orden Capuchina, y se despidió de los suyos con estas pa– labras: "Me voy donde Dios me llama. Algún día mi pueblo tendrá un santo". Al vestir el hábito religioso le fue cambiado el nombre de pila por el de fray Esteban de Adoáin. Un connovi– cio describiría más tarde al nuevo ca– puchino como de aspecto fisico gallardo, blanco de tez y rubio de ca– bello: y "en el espíritu tenía algo de Natanael por su inocencia y sencillez". 4 Ese doble retrato juvenil perdura– ría, acrisolado por los matices propios de cada edad, a lo largo de su vida. Igualmente pertenece a aquel año de fervores primerizos otro rasgo defini– tivo, transmitido por el mismo compa– ñero: "Esta noche he soñado - le confió un día fray Esteban- que yo salía de un bosque trayendo un negro a mis espal– das para bautizarlo". El certero autor de esos relatos cla– sificaba a su promoción como la del año "8" del siglo, con indudable re– clamo hacia la serie de convulsiones que agitaron a su patria a partir de aquella fecha, entre las cuales la inva-

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