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La Orden Capuchina, componente de la numerosa familia franciscana, guarda y vive este carisma de San Francisco. En estas páginas fijamos nuestra atención en uno de sus hijos, prototipo de capuchino, Esteban de Adoáin. De carácter existencialista como el fundador, nos muestra el carisma franciscano , no como un sistema de reflexiones u ordena– miento de ideas, sino a través de una historia viva: su propia vida. Es un hombre providencial que resume la larga historia de la evangelización de las culturas americanas e ilumina proféticamente el provenir de la nueva evan– gelización, portadora del "paz y bien" franciscano. El 24 de septiembre de 1876, al sa– ludar a un grupo de sus paisanos que venía a la misión, Esteban de Adoáin se quedó mirando fijamente a uno de ellos, y le dijo: " ¿No eres tú Pedro Gil?" Apenas oyó la afirmación de aquel hombre, a quien no había vuelto a ver en casi medio siglo, el misionero de blanca barba y crucifijo al pecho, se arrojó a sus pies y, de rodillas, le supli– caba: " ¡Perdóname aquello que te hice cuando niños! ". Aludía a una travesura infantil con– tra el compañero de pastoreo, a quien 2 había obligado a danzar descalzo sobre un campo de espinas a cambio de un bocado de pan. Ocurría esto cuando el protagonista de ese suceso y de este perfil biográ– fico tenía diez años de edad, y le resta– ban sólo cuatro de vida al recordarlo tan dramáticamente. En el arco de tiempo delimitado por esas fechas simbólicas se fue forjando primero, y desplegando después, una de las personalidades apostólicas más fecundas e interesantes de todo el siglo XIX.

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